Me han preguntado por la Convención de Cultura. Tuvo lugar hace más de veinte dÃas. Si nos ajustamos a los comentarios que han salido en la prensa, da la impresión de que vivimos en otro paÃs.
Eso produce una sensación de extrañamiento que no hace más que acrecentar la dimensión de la desprotección ciudadana. Da exactamente lo mismo. Más aún, cuando se piensa que de todo eso que se discutió, ya se sabÃa qué era lo que se podÃa esperar.
Fueron tres dÃas. Solo soporté dos. Desde el comienzo, hubo que armarse de paciencia. Escuchar al ministro en su alocución daba a pensar que la propia convención no era necesaria. Estamos bien. Demasiado bien. Solo nos falta ajustar la instalación de la nueva estructura. Total, como tenÃamos poco, o nada, ahora tenemos un poco más. Esto está muy bien. Pero es la “medida chilena” que nos conforma con la media de todo. No se le vaya a ocurrir, a uno, hacer algo más que eso. Eso se lee como agresión. No se puede aspirar a más.
Total, hasta tuvimos derecho a discurso inaugural presidencial, con metáforas y todo. A tÃtulo de “jarrón”, hubo que soportar las metáforas del presidente acerca del “prÃncipe” y del “creador”. En su tono de coloquial retórica enigmática, en el fondo, no fue muy preciso. Ahora no sabemos si entramos en una fase en que el “creador” se ha transformado en “prÃncipe”, o si se ha redefinido la relación entre los “prÃncipes” y los”creadores”.
En todo caso, si se piensa en su proyecto del Centro Cultural La Moneda, el presidente se instala él mismo como un “prÃncipe” referencial que delimita las relaciones con los creadores. El presidente no desea una estatua para monumentalizar la memoria de su paso por La Moneda, sino una estructura edificatoria que lo ilustre como efecto del sÃndrome mitterrandista, del que ya he hablado en otra ocasión. Esto, sin embargo, lo inventó el presidente Frei Montalva, con la Villa Frei y la Remodelación San Borja. Asà es como le va a su memoria urbana. Con lo cual, el presidente Lagos debiera tener cuidado, en términos de impedir que la merma del sitio sea análoga a la merma de su memoria polÃtica. ¡Eso es muy terrible! ¡Acaso no tiene buenos consejeros? ¿Cómo no lo protegen de edificaciones que, en el fondo, no son más que la expresión de una falta de vanidad? Con esos consejeros, más vale tener buenos enemigos.
Ahora bien: el presidente Lagos, de las metáforas del “prÃncipe”, pasó a definir su posición respecto de lo que este gobierno, esta clase polÃtica, espera del arte. Y para eso recurrió a dos ejemplos: el primero fue la pelÃcula “Machuca”; el segundo fue el mural de Muñoz Vera, en el Metro. ¡Y no era para menos! Cuando recurre al ejemplo de “Machuca” proporciona una pista para que sepamos que es lo que da entender por “prÃncipe”. Ya que, como lo suponemos un “consumidor” de Gramsci, de seguro tendrá una idea sobre el desplazamiento de las hegemonÃas, desde donde atribuir al empresariado, y sobre todo, a la “industria cultural”, la figura gramsciana del “prÃncipe moderno”.
Lo anterior resulta, no menos novedoso como inquietante, porque no asistimos todos los dÃas a desplazamientos conceptuales y polÃticos de la conveniencia que advertimos. Es toda una proeza hacer deslizar la figura cultural del “partido polÃtico” (en Gramsci), hacia el nuevo rol “partidario”, es decir, “orgánico”, de la “industria cultural”.
En definitiva, lo que fuimos a aprender a la Convención de Cultura fue lo siguiente: que en Chile ha emergido una nueva figura de “intelectual orgánico”. Esta es la del “gestor cultural” al servicio directo de la “industria cultural”. Y al usar a “Machuca” como una forma exitosa de la ilustratividad social del arte, el presidente ha señalado las prioridades y establecido los rangos de intervención. De seguro, a estas alturas, Andrés Wood debe estar pensando “no me ayude compadre”. Pero el presidente no tiene buenos consejeros. Es decir, es un “prÃncipe” que no tiene “secretario”. De otro modo, lo hubiese advertido de que citar el ejemplo de Muñoz Vera, lo hace sostener una polÃtica conservadora de representación de la historia.
El discurso del presidente en la apertura de la Convención de Cultura le resta densidad al debate. El ha fijado la frontera de la tolerancia discursiva en este terreno. Ha actuado como un “prÃncipe” que le resta al arte su acción de anticipación constituyente. Y eso es extremadamente grave para el futuro del arte en Chile.
Septiembre 2004.