La edición de Artes y Letras del domingo 26 de septiembre nos proporciona interesantes elementos para el desarrollo de nuestros estudios en materia de cultura. Tomemos como botón de muestra el Centro Cultural La Moneda.
El último giro del “centro cultural de Lagos” puede que no sea, efectivamente, el último giro de esta iniciativa.
Se ha implantado un “método chileno” en cultura, que consiste en arrendar los servicios de una dotación de jóvenes administradores y gestores culturales que se desviven por re-acomodar las iniciativas megalomaníacas de la autoridad política. Esta es una manera de asegurar que no haya oposición posible. Hay contar con las ambiciones ascendentes de un contingente que está aprendiendo a hacer política, doblegándose ante la ignorancia y la impunidad conceptual que la mencionada autoridad sostiene.
El “método chileno” en cultura funciona como reparación compensatoria. Están allí, aquellos que debían haber estado en otro lugar, pero que no contaron con la fuerza política para ello. O sea, aquellos que debieron conformarse con cultura, frente al fracaso de un destino político personal. Cultura siempre ha sido, en la Concertación, un recurso de compensación. Esto marca el destino de la edificación del ente que tenemos con ese nombre. Y marca, además, el límite de la frustración que supone, como espacio de construcción institucional. A estas alturas, disponen de poco tiempo.
El ministro de la rama sostiene que “le gustaría instalar allí un archivo cinematográfico nacional”. En la medida que de desperfiló la definición museal de aquel centro, el audiovisual aparece como reemplazo. Y para dimensionar la insolvencia y falta de rigor de la aspiración ministerial, valga la siguiente batería de preguntas: ¿archivo?, ¿de la cinematografía nacional?, ¿o de la cinematografía mundial? O para no ir tan lejos: ¿archivo de la producción latinoamericana? Así podremos disponer de copias de “La hora de los hornos”, de “Vidas secas”, de “Macunaima”, de “Lucía”, etc. Y también, de las películas de la Isabel Sarli. ¿Por qué no?
Entonces: ¿museo del cine? o ¿archivo de cine? ¿Cuáles serían los fundamentos de una política de archivo? ¿Por qué no se ha planteado el debate sobre las condiciones de desarrollo del archivo en nuestro país? Archivo sonoro, archivo fotográfico, archivo de imágenes en movimiento, etc. ¿A quien corresponde? Se requiere, entonces, de una gran ficción historiográfica. ¿Qué rol tendrían los archivos en constitución, que actualmente estarían en manos de privados?.
A lo anterior se agrega la pregunta por la programación y el presupuesto de financiamiento de esas dos líneas: programación y constitución de archivo, con sus políticas de conservación, de restauración y preservación. Y hay que mencionar la clasificación, el almacenaje y el acceso a las piezas.
Y luego: ¿dónde se localizaría? Porque al parecer, podría ser un grave error instalar un archivo en este centro cultural. Más aún, cuando sabemos que resulta complejo producir trabajo de archivo en un espacio llamado “centro cultural”. Sobre todo, si ni siquiera el modelo de ese centro está definido, aunque se menciona que no será como la Estación Mapocho. ¡Ya es algo! Pero sigue siendo nada.
El “método chileno” consiste, entonces, en construir un edificio y después buscar cómo se justifica. El edificio metafórico del ente de cultura ha impuesto su prioridad por sobre las realidades de la producción cultural. El edificio real de un centro cultural que aparece como proyecto en transformación permanente, se impone con violencia, no solo sobre la trama urbana, sino sobre la trama de la propia producción de conocimiento.
¿Museo? ¿Centro Cultural? ¿Archivo? ¿Salas de exhibición? ¿Centro de arte? ¡No! salas polivalentes. O sea: un polideportivo. ¡Total, corremos la cortina y arrendamos una sala para un evento, mientras en la otra montamos una exposición de fotografía etnográfica! En la otra, haremos la fiesta para de fin de año para los hijos de los funcionarios del MOPTT. Y en la última sala habrá una sección especial para artesanías de todas las regiones, de modo que los extranjeros que visiten nuestro barrio cívico puedan adquirir, de un solo golpe, una idea meridiana de nuestras raíces.
Aquí surge, sin embargo, una duda adicional: ¿le corresponde, a la sede del ejecutivo, tener como extensión de sí misma, un “centro cultural”? ¿Acaso la autoridad pretende encubrir con este “centro cultural” el principio básico de la discriminación de la sociedad política respecto de la sociedad civil? Entonces, el Congreso debiera tener uno. Así, puede haber otro proyecto para Valparaíso: el Centro Cultural del Congreso. Incluso, se puede llegar a pensar en un Centro Cultural de la Corte Suprema, para no quedar cortos. De este modo, en Chile, la Cultura sería el eje de la acción misma de gobernar, ya que articularía a la ciudadanía, en función de las división de los “tres poderes” del Estado.
Ahora bien: uno de los momentos fuertes en el artículo de Macarena García, es cuando reproduce un adelanto del ministro sobre programación. Resulta inusitado que avance el modelo de facto de la iniciativa, al mencionar la exhibición de arte precolombino mexicano para el 2006. ¡Nótese! El argumento se basa en que los mexicanos llevaron esa muestra al Forum de las Culturas en Barcelona. Como si eso fuera un elemento curatorial garantizador. ¡Todavía no existe el ente y ya le están determinando la exposición con que abrirá! ¡Cuerpo y Cosmos! Ese es el título de la exposición que se nos viene encima en el 2006.
¿Viene al “museo”? ¿Viene a la sala “más grande que la sala Matta”? ¿Cuál es la justificación? ¿Cómo legitimar un centro mediante una exposición “extranjera”? ¿No se supone que ese centro se erige como efecto de vanidad estatal? ¿Dónde queda la vanidad del Estado de Chile, inaugurando un centro de esta “naturaleza”, sin apelar a una “auto-producción identitaria”?
A lo menos podrían aspirar a imaginar algo así como “Brasil 500 años”, pero chilena. Podrían solicitar el proyecto a … ¡la Estación Mapocho!
Para terminar, el ministro tiene la angélica ingenuidad de asegurar que habrá exposiciones que saldrán de este centro. Es muy probable que no conozca ni las cifras ni las dificultades presupuestarias y conceptuales que hay en Chile para montar proyectos autónomos. Si ello no es posible hoy día, ¿cuáles serían los indicios que permitirían pensar que ello sería posible mañana? El cúmulo de indefiniciones y transformaciones de esta iniciativa instalan una duda más que razonable. El ministro no sabe que faltos de producción de envíos al extranjero, la manufactura de embalajes es una de las más precarias del continente. Las exportaciones de frutas van mejor embaladas que nuestras obras. Justamente, nuestros museos no tienen presencia entre sus instituciones pares porque carecen de presupuesto para producir exposiciones autónomas. ¿Por qué no fortalecer, entonces, las políticas de desarrollo de los museos existentes?
Si el ministro espera concertar el interés de privados y de fundaciones internacionales para asegurar el presupuesto y la gestión del nuevo centro, la estrategia comprometida para constituirlo parece no ser la más adecuada.
Septiembre 2004.