La ciudad de Lens, situada en la cuenca minera del Pas-de-Calais, recibirá en el 2009 una “antena” del Museo del Louvre, con la esperanza de que esta medida ayudará a la región a salir del marasmo económico y cultural. ¿Para qué servirá el museo emplazado en esta depresionada cuenca minera? En primer lugar, hará bajar la tasa de cesantía, que en el sector alcanza el 23 %. Habrá 280 nuevos empleos, desde el conservador hasta el último de los guardianes. No es seguro, en todo caso, que sean ocupados por gente de la propia región. Pero imaginemos que habrá una capacitación efectiva en esa perspectiva. Si bien esto puede ser una gota de agua en el mar, el objetivo de largo plazo es otro: promover, inducir planes de desarrollo económico local. A menos de setenta y dos horas de anuncio de la apertura del Louvre II, ya había candidaturas de inversión inmobiliaria y de complejos comerciales.
Entonces, la apertura de un museo en una región deprimida Es un elemento de inducción desarrollista. Pero hay algo más, que tiene que ver con la reparación. El arte restituye a los descendientes de los mineros que levantaron y edificaron la Francia industrial, una dignidad que la Nación no les había reconocido. En un comienzo, el arte solo estaba destinado a ser acogido por ciudades burguesas.
¡Uf! No hay que ser marxista para saberlo; o sea, para reconocer simplemente la existencia de esta situación. Para los pueblos mineros, la cultura era sinónimo de fiestas y carnavales organizados por las gerencias o las municipalidades. Aquí es preciso incluir un dato local: en Valparaíso, la instalación del Consejo Nacional de la Cultura fue precedido por la invención de los Carnavales Culturales, que sistematizaron la “espontánea” iniciativa de la dupla Zanco / Batucada, destinada a reorientar la energía de poblaciones juveniles vulnerables.
Regresemos a la noticia inicial y sustituyamos el nombre de Lens por el de Valparaíso, en cuanto a que ambas ciudades comparten el hecho de ser asiento de regiones severamente afectadas por la crisis. El arte y la cultura han adquirido un nuevo estatuto: inductores de desarrollo y reparadores de malestar social. A propósito: tanto Lens como Valparaíso poseen “históricos” clubes de fútbol; el Racing Club y el Wanderers. “Pero en estos casos de depreciación generalizada de la región, el deporte no es suficiente para reparar la vida carente de las masas. Aunque un especialista en desarrollo regional me dirá que el deporte consuela solo a aquellas poblaciones que jamás representarán un peso importante en la regeneración urbana porteña.
Si en un momento, zonas como Cerro Alegre o cerro Concepción experimentaron la amenaza del fantasma de la depreciación, en términos estrictos jamás llegaron a exhibir un estado límite de depreciación, en la medida que el capital urbano (arquitectónico) solo presentaba rasgos iniciales de ruinificación. De este modo, el patrimonialismno elaborado para estas zonas ha demostrado que solo puede haber renovación restauradora mediante una fuerte y no menos razonable inversión inmobiliaria externa. ¡Como tiene que ser! El desarrollo urbano siempre ha estado en manos de los especuladores. Al menos, en Cerro Alegre y cerro Concepción, estamos ante una especulación ilustrada, que va de la mano con un frugal despotismo financiero. ¡Gracias a Dios! Solo hace falta rematar la fuerza simbólica de este proceso mediante una inversión museal de envergadura. ¡Ahí está el Palacio Baburizza! !Ya está restaurado! Pero desgraciadamente no tiene asegurado su manejo. Y este es un punto crucial, ya que la envergadura de la restauración exige, prácticamente, re-fundación del museo.
Ahora bien: el poder municipal carece de presupuesto para asegurar el manejo del museo de acuerdo a los standards. Más que una cuestión de presupuesto, probablemente se trate de voluntad política. En verdad, todo presupuesto resulta ser un asunto de voluntad política. Solo que hay voluntad para ciertas cosas y no para otras. Entonces, es aquí donde se verifica el peso de los ciudadanos. A menos que la municipalidad busque una solución por la vía de una especie de “licitación” que en los hechos significa “tercerizar” la gestión museal. Los restauradores del museo adquirieron la certeza de que conducir un museo es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos exclusivas de una gestión municipal. Esta última ha perdido toda pertinencia en la materia, si es que suponemos que alguna vez la tuvo. De este modo, es razonable pensar que una restauración de esta envergadura deba ser conducida con otros criterios. De todos modos, la restauración del museo proporciona un manto de legitimidad barrial a los habitantes nuevos. Para eso existen las políticas patrimoniales; para recomponer el cuadro de legitimidades.
Lo que puede ocurrir en este terreno es que tenga lugar un desplazamiento simbólico muy particular, ya que el solo hecho de pensar en una “tercerización” del museo implica una victoria para la “nueva derecha” (patrimonialista concertada), en contra de la “estética de enclave naval” de la “vieja derecha” que se desarmaba de manera análoga a la ruinificación del propio museo.
Pues bien: un museo refundado proporciona legitimidad a los nuevos moradores de los cerros ya mencionados. En cambio, para los habitantes de los barrios que no se enseñan en las escuelas de arquitectura, no existe la musealidad reparatoria, sino tan solo el Camino la Pólvora, cuyo trazado ha modificado –como era de esperar- el valor de los suelos. El re-patrimonialismo del Cerro Alegre y el cerro Concepción forma parte de una decisión en la que el Camino La Pólvora asegura la descongestión de su entorno inmediato. Una cosa no va sin la otra. En estos cerros pudo tener lugar una restauración porque, al menos, había amenaza de ruinificación generalizada. En torno al trazado del nuevo camino no podía haber restauración, ya que allí fue el concepto mismo de vivienda que partió ruinificado. Pero como “mala ruina”, porque la vivienda social no posee “merma digna”.
La comparación de los casos de Lens y de Valparaíso permite pensar que en la primera ciudad, inducción del desarrollo y reparación del malestar parecen afectar un mismo espacio de ciudadanía; mientras que en el puerto, la repartición resulta clasísticamente determinada, ya que la inducción del desarrollo se localiza en una zona carente de valor patrimonial, al tiempo que la reparación del malestar social favorece a los nuevos moradores convertidos en agentes de restauración inmobiliaria. Para unos, buenas vías para la libre circulación de mercancías; para otros, museografización barrial de una memoria perdida.
Enero 2005