El Bulto de Leppe

Hay que recordar una cosa del 19 de octubre del 2000: cuando lo sacan del museo, efectivamente, Leppe era un bulto. Ya no tenía pies. Lo cargaron  en el taxi Lada que lo esperaba con el taxímetro en marcha. Durante el trayecto, le dieron varios puntapiés. Un sector del público se había convertido en turba. Leppe fue un atractor de la violencia manifestada contra el curador de la muestra. Ni un solo argumento de peso.  Hasta  ahora. ¿De qué podría sorprenderme? Toda exposición es un campo de batalla.

La pizarra  colgada del cuello de Leppe recogía los datos de un prontuario: “yo soy mi padre”. Eso significa, simplemente, que estamos frente a una reversión de la frase bíblica que determina toda dependencia filial. La frase fue borrada durante el trayecto. Un bulto no requiere prontuario.  Solo una ficha que indique su destino, como si se tratara de  una encomienda arrastrada hasta el vehículo con el motor en marcha.  A esas alturas, el escrito en la pizarra  ya había perdido toda su legibilidad. La afirmación por anteposición afirma el estatuto de “lo” madre en la obra de Leppe. Es así como se desprende de las trenzas falsamente cosidas a su cuero cabelludo en la performance de la 3ra Bienal del MERCOSUR, en las dependencias del Hospital Psiquiátrico de Porto Alegre.

La trenza referida por Marchant a propósito de Groddeck: madre, “agarrarse a”. La Pintura, por cierto. Que en esa, ya no era un bulto, sino un portador de las vestiduras de un pintor: Diego Rivera. Para rasgar sobre la tela el hilo escurridor de la orinada que  formaba una posa sobre la silla en que Leppe estaba parado, y en cuyo respaldo forrado de tela roja había mandado a bordar una hoz y un martillo dorados. Leppe marcaba su territorio. En esa pose, entonces, se dio el tirón. Las trenzas volaron.

Ya las había comprado al mismo en un mercado boliviano. Las mujeres las vendían para seguir parando la olla. Toda disquisición sobre la pilosidad de la Magdalena está de más. No es preciso recurrir a las historias de la pintura en que la mujer le limpia el cabello al cristo en cuestión anticipando la ceremonia de su sepultura. El corte de la trenza autoriza la ruptura institucional en el terreno de las representaciones del mundo colonial, hoy. Del mismo modo que el medio pelo duro del mono con navaja en la pintura del Mulato en el MNBA es un correlato de la capilaridad permeable de los signos, en su propio terreno.

La performance de Leppe del 19 de octubre del 2000 se realizó a pocos metros de la exhibición del cuadro del Mulato en una exposición de arte contemporáneo. Era, la pintura más contemporánea que allá había: la representación del pelo cortado y la tensión con la cara lampiña del Padre y del Hijo ponía en falta la representabilidad del Espíritu Santo. La performance de Leppe, en cambio, se realizaba junto a una montaña de pelos que a su vez habían sido ya cortados y recolectados en las peluquerías de Chile.

El propio Leppe era un efecto de corte, en su relación con la pintura.  Ya no eran legibles las marcas en su cuerpo. Era un solo borrón después de la cita a ciegas con su madre en el interior del centenario edificio conmemorativo. No fue  un programa equivocado. Fue un encuentro corps a corps entre Leppe y el corpus museal. La visita de Leppe al museo  anunciaba un cierre  y una apertura. El cierre del propio museo en su desarrollo posible. El cierre de su política como posibilidad utópica. Ya nada podría ser  como antes. Ahí estaba el nouveau corps de la p�inture chilienne. ¿Siútico? ¡Moi? No me he equivocado. Leppe fue la pieza correcta que articuló la apertura del nuevo ciclo/siglo en el artchilien. Mientras su director grita por los pasillos: ¡Han dejado un árbol de Noel! Mais, pas posible!. A los pies del (m)arbre de Noel un homme/lettre ha ensuciado la testa del museo con merde d’artiste. ¿Quién abrió el tarro de Manzoni? ¡Fuera del museo, que el olor es insoportable! Solo que la mierda era la base de una argamasa sobre la que Leppe se auto-infirió el corte político. Era, si se quiere, un remedo de Napoleón en el cuadro de Jacques-Louis David cuando dejó al Pontífice romano pidiendo aguita.

En cambio, en Animal, en el 2001, cuando cerró Fatiga de Materiales, Leppe ingresó a la sala arrastrando su sombra. Había llenado un par de pantalones con piedras y los había amarrado en los pies y en la cintura con alambres oxidados. En seguida, él mismo  arrastró su doble de bulto, al que nadie tuvo la osadía de patear. Firmaba la bancarrota del minimalismo. Un bulto. El viejo del saco de la pintura. Haciéndose, viejo, en el saco. Cul-de-sac.

Justo Pastor Mellado
Noviembre 2005

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