En Artes y Letras del 12 de febrero aparece la fotografía de una obra de Iván Navarro, junto a la que posa la curadora Luz María Williamson. Se refiere a la exposición “Fantasmatic”, que culmina sus tres años de itinerancia por países de la zona Asia-Pacífico. Lo que no aparece por ninguna parte es que la gran mayoría de los artistas que participan, ya habían demostrado su consistencia en proyectos anteriores cuya importancia como plataformas iniciales se omite. Celebro las iniciativas de los demás, pero cabe al menos la necesidad de precisar algunas cosas, sobre todo cuando han trabajado a partir de los riesgos inscriptivos de otros. Esa obra de Iván Navarro fue una de las piezas claves de “El lugar sin limites”, la muestra itinerante que organicé durante 1999, para el Ministerio de Relaciones Exteriores. Sin embargo, el campo de la itinerancia estaba definido por la necesidad de recuperar las relaciones con el arte latinoamericano. Ese ha sido, de hecho, mi objetivo político exterior durante esta década.
Me he visto en la necesidad de defender mi trabajo, de un modo más explícito, ya que en el mismo Artes y Letras, en la columna de Alberto Madrid se hace mención a una política exterior en artes visuales. No cabe duda que resulta positivo que la crítica tome como bandera dicha necesidad. Sería de justicia referirse de manera directa al trabajo de quienes han puesto a circular estos argumentos, a lo menos, desde hace una década. Cuestión de respeto por las autorías, simplemente, sobre todo, cuando ello aparece como si fuera un reciente descubrimiento del que la columna mercurial vendría a ser el espacio de su enunciado original.
La mención de Alberto Madrid a la internacionalización proviene de su mención a la separación de aguas entre museo y contemporaneidad. Que el museo haga lo que le corresponde: que trabaje sobre su colección. Del arte contemporáneo deben ocuparse otros. ¡O sea! Crucial manera de desentenderse de la responsabilidad curatorial. Justamente, la problematización de las obras con el lugar es lo que falla en su curatoría. Ya se ha vuelto un gesto académico la desestimación del museo. Lo que no se aborda es la cuestión de un plan de desarrollo. Lo que hace Alberto Madrid, como curador, es desautorizar al museo y desmarcarse de lo que Ramón Castillo y Patricio Muñoz Zárate representan como sus habilitadores santiaguinos. Esto debe ser leído en función de sus nuevas alianzas.
Pero la segunda parte del desestimiento se ubica en el argumento que separa museo y bienal de arte contemporáneo, proponiendo su internacionalización. Para internacionalizar esta iniciativa, esta debe salir del museo. Sin embargo, para ello debiera existir una bienal consolidada, que puede entrar en una nueva fase. No nos confundamos: lo que se llama bienal no es más que una muestra bi-anual, con rasgos de salón clásico para obras supuestamente nuevas.
Las nuevas alianzas se caracterizan por muestras explícitas de nuevas fidelidades. La mención de Alberto Madrid al reportaje de Macarena García, “El arte de dos hermanos”, es revelador al respecto. Respecto de sus obras, Alberto Madrid sostiene que sus sistemas de trabajo se condicionan por las características de los circuitos. ¿Está diciendo que trabajan para satisfacer las demandas de los circuitos externos? Sería responsable de su parte dedicarle un buen espacio a esta hipótesis. ¿Los hermanos Navarro trabajan para el comercio? ¿De que comercio habla? Mario Navarro, en lo interno, no tiene galería. Iván Navarro, en lo externo, acaba de exponer en Daniel Templon (Paris).
Solo un dato: ¿les parece a los lectores que los procedimientos de trabajo de Mario Navarro y su política de artista-curador esté condicionada por el circuito? La sola enunciación de la palabra circuito está cargada de un moralismo que favorece la reproducción de la endogamia.