La Tarea Cumplida en Cultura

He asistido a la penúltima reunión del Consejo de Cultura Metropolitano, del que soy miembro. La directora regional, Ana María Foxley, nos hizo la cuenta de su gestión. No hay problema. Cumplimos las tareas señaladas por el Consejo Nacional; es decir, montar la estructura y repetir las consignas emanadas de su potestad. No cabe duda. Debiéramos estar orgullosos de nuestro aporte. Pero no. Hemos sido cómplices de la obstrucción de la mirada sobre los problemas reales.

Un consejo como el nuestro ha tenido paciencia y respeto por las autoridades de cultura. Hemos observado, hemos asentido, hemos planteado nuestras observaciones críticas en los conductos regulares, hemos asistido a convenciones, hemos visitado centros culturales, hemos redactado un plan de acción. Para terminar, hemos aceptado repetir la fórmula de consuelo por la cual debemos conformarnos con lo que se ha avanzado en estos dos años. No había nada. Al menos hoy tenemos una institucionalidad.

Sin embargo, no es la institucionalidad que la ciudadanía quiere, sino la que ha edificado la impunidad funcionaria. Es decir, la desinformada y autocomplacida arbitrariedad de la autoridad delegada. Lo vuelvo a repetir: montar el aparato de cultura en un marco de ineptitudes no significa un gran logro. Es más: con su deber no más han cumplido. El deber de obedecer consignas no suficientemente elaboradas ni fundamentadas.

De acuerdo. No hay más política general que lo delimitado en un acopio de lugares comunes. A eso le llamamos “Chile quiere más cultura”. Está bien: la redacción dejó fuera la totalidad del capital simbólico que sustenta el deseo de la ciudadanía en lo que a institucionalidad se refiere. Lo sabemos. Es decir, el texto real de ese documento fue desplazado. Cancelado. Congelado. Los caracteres de su escritura han sido escamoteados.

Durante la campaña electoral, los artistas teatrales fueron un apoyo de imagen que desplazó la crítica que los artistas visuales sostienen en contra de esta estructura. Han sido convenientemente compensados. Desde la visualidad siempre ha habido mayor lucidez para identificar los problemas. Desde el teatro-teleseriado ha habido complacencia formal y obsecuencia. Los artistas visuales, sin embargo, perdieron la ocasión de ser más refractarios aún y manifestar con mayor precisión su desconfianza.

Las nuevas autoridades pueden estar conformes con la nueva formula para el escamoteo de las iniciativas ciudadanas. Sin embargo, no han sido delicadas. Todo señala que desde la subsecretaría pondrían la razonabilidad que le faltaría a la oficina de la ministra. Sin quererlo-queriendo, la amenazan antes que comience a trabajar. Los optimistas piensan que la combinación entre la artista ministra y la subsecretaria funcionaria va a funcionar muy bien. Es un extraño respaldo a la confianza que ya se le tiene a la ministra. Poco les ha faltado decir que se le puede ir la moto y que para evitarlo le ponen una subsecretaria vigilante.

Lo que hay, en este horizonte funcionario, es la certeza de cómo organizar el escamoteo de las iniciativas ciudadanas. Ya se lo dije a Juan Enrique Forch, en “Gente Demente” (ARTV). Todavía se puede ver a las horas más increíbles en el canal 57. Se lo dije: lo cultural es una categoría orgánica en la compleja empresa de encubrimiento de la impostura de la clase política.

En el último año, el Consejo Nacional se convirtió en un aparato de AGIT-PROP de la era del mercado. Logró instalar su autoritarismo blando en la pragmática de los funcionarios y los explotó en doble jornada simbólica: una jornada para planificar la “utopía”, otra jornada para producir espectáculo. Hasta que al final, hasta el propio ministro/presidente del Consejo abandonó su dignidad inicial para asumir el rol de administrador de ferias y carnavales. Así vamos terminando un gobierno y sacando, por lo demás, cuentas alegres, a partir de eufóricas encuestas sobre consumo cultural.

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