Garantizadores, Garantizados, Garantizables.

Hay una hipótesis que se instaló como efecto de mala leche historiográfica. Se repite ya sin distancia alguna que las nuevas generaciones de artistas operan en el vacío político. De este modo, se habilita la idea de que algunos de ellos deban pagar una maestría especial para adquirir nuevas condiciones de ingreso a la política. Y lo hacen. Pagan para ser garantizados. Y lo que nadie se pregunta es por quien garantiza a los garantizadores. Pienso que es el propio deseo de los que padecen la falta de garantización. Finalmente, el acceso a la completud política pasaría por una definición universitaria del arte.


 


Mi idea es que la universitarización ha favorecido la endogamia represiva de la escena plástica chilena. Curiosamente, durante la dictadura, en momentos de des/universitarización, las prácticas experimentaron una radical aceleración. Iniciada la Transición, las prácticas se han convertido en objetos curriculares. O sea, se abrió una nueva fase, de re/universitarización. Lo que se enseña, entonces, es la fábula de la fase heroica de las prácticas.



 


Ahora: ¿qué ocurre con esa enseñanza, que produce puras obras des/políticas? Algo tiene que estar pasando en la transmisión de esos conocimientos, que las nuevas generaciones no incorporarían a sus activos los elementos que hicieron heroicas a las obras de los ochenta. Esto avala la hipótesis de que el arte bajo la dictadura era mejor que el arte actual, porque estaba contra el mercado, contra la institución, contra el hedonismo consumista. Entonces, los artistas más viejos reproducen la mirada nostálgica sobre los “tiempos políticos” y se lamentan de los efectos de la sociedad del espectáculo.


 


Hasta aquí, todo bien. De este modo, para desarticular a las nuevas generaciones, se monta la ficción punitiva de la des/politización. Y las enseñanzas que actualmente operan, expanden su academismo a las intervenciones en el espacio público. Ya lo habían hecho con las instalaciones. Sin embargo, rápidamente se saturó el espacio académico. Ahora, las intervenciones la llevan. Mejor aún, si son realizadas en zonas periféricas o depreciadas desde el punto de vista urbano.


 


¿Por qué hablo de ficción punitiva? Porque el discurso académico que sostiene estas prácticas escolares desmonta las energías inscriptivas de los artistas jóvenes, demonizando la complejidad del sistema de arte. Para este discurso, las cosas son muy simples: por una parte estaría el mercado y por otra, las escuelas garantizadoras del arte verdadero. Esto reproduce la hipótesis hipo-stalinista que se hizo correr durante la dictadura, cuando se acusaba a los pintores jóvenes de “hedonistas”, por no decir, “pajeros”, si no cómplices, que no estaban al servicio de los intereses de La Historia. Hoy día, los “hedonistas” serían aquellos jóvenes artistas des/politizados. Se repite el mismo prejuzgamiento. ¡Pero ya han pasado veinte años! ¡No! Si el asunto es más sencillo. Los des/politizados serían los egresados de aquellas escuelas no garantizadoras. ¡Pregúntenme cuáles serían esas escuelas!


 


El problema realmente político del arte chileno reside en las restricciones de su universitarización obsesiva. De tal modo, la postura realmente política de las nuevas generaciones se elabora y se sitúa en el combate contra el academismo. Esto supone terminar con el “arte de formularios” y con las obras-hechas-a-la-medida-de-los -garantizadores.


 


Lo anterior es clave, pensando en lo que significa una exposición como “Bastardos”, que busca que sus obras sean finalmente garantizadas, por los mismos garantizadores que hace una década los dejaron fuera del arte garantizado. 

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