En la ponencia que hizo Rosangela Rennó durante el coloquio “Del Monumento al Documento”, hubo un momento en que nos preguntó si había habido obras chilenas que trabajaran con archivos de fotos de detenidos-desaparecidos. Esta pregunta se originó en el relato que Rosangela Rennó hizo, acerca de los comentarios que críticos extranjeros, de fuera del continente, hacían sobre su propio trabajo. A juicio de éstos, el trabajo de Rosangela Rennó se centraría en los archivos de detenidos- desaparecidos. Esta corresponde a una perspectiva en la que la crítica extranjera viene a confirmar lo que ya sabe y lo que desea ver. Por cierto, este es un problema de la crítica. Sin embargo, no dejaba de ser importante la pregunta de la artista, de si en Chile había artistas que si hubiesen trabajado de manera más orgánica con archivos de detenidos-desaparecidos.
Esta pregunta nos dejó perplejos, porque es algo que no pensamos a menudo. Es decir, no pensamos que alguien nos fuera a interpelar afectuosamente sobre la materia. En la sala estaba Virginia Errázuriz, la que intervino para dar informaciones sobre la exposición sobre los Derechos Humanos que tuvo lugar en el Convento de San Francisco, en los inicios de la dictadura. Sin embargo, el propio relato de Virginia fue extremadamente cauto. Ciertamente, habría que insistir en la reconstrucción de momentos de resistencia artística y política que han pasado al olvido.
Hay que pensar que el paso al olvido no depende de fenómenos naturales, sino del ejercicio de voluntades expresas de omisión. He aquí, entonces, la importancia de plantear cuestiones como éstas en un coloquio sobre políticas de archivo. No se trata tan solo de recopilar documentos, sino de reconstruir momentos significativos que no han sido suficientemente instalados en la escritura crítica.
Virginia Errázuriz se refirió al empleo de referentes procedentes de los archivos de detenidos-desaparecidos puestos en circulación por la Vicaría. No ha sido la única. Ese no es el punto. Por lo demás, nunca el empleo de tales referentes adquirió formas elocuentes u ostentatorias. Resulta más que probable que los artistas hayan mantenido un pudor, una cierta pulcritud respecto del uso de determinadas imágenes.
El momento correspondía a la validación de esas imágenes como pruebas en un procedimiento jurídico, en el marco de una justicia que faltó gravemente a sus deberes. La indicialidad de la exhibición precedía jurídicamente a las prácticas de arte. Sin dejar de considerar que esa manera de exhibir las pruebas recurría a una especie de “grado cero gráfico”. De todo eso hay que hablar ahora y reconstruir momentos que no fueron convertidos en íconos de visibilidad dudosa. Me refiero al uso que muchos artistas, a partir de los años ochenta, hacen de sus muestras públicas de adhesión a la Oposición a la dictadura, con el solo objeto de ser reconocidos como “resistentes” por las orgánicas partidarias en recomposición ascendente. Eso sellama “visibilidad de los actos heroicos”: marcar una cruz en un muro, por ejemplo. Ya se sabe que la foto de esa marca vale oro en la disputa por el reconocimiento partidario. Listo.
Entonces, necesidad, para hoy, de recuperar las acciones y procedimientos de baja visibilidad. Es decir, dar paso a la reconstrucción de las resistencias sutiles. Y es dentro de esta lógica que manifiesto mis respetos a la propia pulcritud de Virginia Errázuriz, al mencionar en el coloquio la memoria de esa exposición de la que no se ha dicho suficiente.