Primero que nada, vinimos a conocer cómo se expande un museo, cómo repotencia su colección, cómo establece una estrategia de constitución de una colección contemporánea concentrada en las últimas décadas, cómo se monta un operativo educativo para dar a conocer dichas adquisiciones. Pero además, vinimos a ver a algunos amigos, como Fernando Farina, director del Museo Castagnino, a Roberto Echem y Nancy Rojas, curadores del MACRO, a Graciela Carnevale y Mauro Machado, aglutinadores del espacio de arte El Levante. Es en este lugar que el sabado 6 de mayo los artistas penquistas tendrán un encuentro con artistas locales.
El jueves 4 de mayo, en el MACRO, han inaugurado Luis Almendra, Claudio Bernal, Oscar Concha, Natascha de Cortillas, Roberto Espinoza, Leslie Fernández, Carolina Maturana, Fernando Melo, Oliver Sáez, Carlos Valle y Dolores Weber. Nos jugamos a pensar Concepción como la Rosario de Chile. Esa es una buena ficción para establecer un rango de interlocución cuyos referentes han sido buscados directamente en otras localidades consistentes. Eso permite trabajar la hipótesis según la cual las relaciones transversales entre escenas locales, en el cono sur, resultan más eficientes para constituir y abrir un campo, en función del reconocimiento de problemas estructurales comunes. Decir museo, decir, colección, decir reproducción, en espacios locales que deben establecer sus diferencias con el centralismo, no es lo mismo si se hace en Austin, en Nueva York, en Madrid o en Londres. Eso establece de inmediato la distinción obligatoria sobre el carácter de la constitución de colecciones como del establecimiento de estrategias de reconocimiento para las escenas locales. De este modo, es posible recoger los desafíos que las experiencias de otras localidades nos señalen. Por eso estamos en Rosario. Para aprender.
También aprendimos de TRAMA, a fines del año pasado. Estudiamos las formas de acción y de autoafirmación orgánica que otros artistas desarrollan en rangos de dificultad similar a los nuestros. Supimos de iniciativas de apertura a través de programas de residencia de corta duración, destinados a rentabilizar las informaciones y los intercambios metodológicos.
Estamos en Rosario para tener que regresar a contar un cuento. Para eso se viaja. Para regresar con historias. Solo se viaja para tener que volver. Solo se regresa para ser reconocido. Hay maneras de ser reconocido. Solo basta que el otro aprenda a aceptar que la construcción de la salida es, desde ya, un trabajo productivo de consistencia. Es así como se monta, editorialmente, una ficción local.
Pero, ¿qué es una ficción local? Más específicamente, una ficción orgánica en el arte. Se trata de un dispositivo narrativo que se obliga a reconstruir su “origen”. Es una “novela familiar” de la escena local. Aquello que permite separar los hitos de los mitos. Justamente, para darle al mito su dimensión. Pero sobre todo, supone establecer mecanismos de recuperación de las “tradiciones” locales, para revertirlas y sacarles el máximo provecho. A ello se le agrega la recompostura y combinación de nociones de diversa procedencia, destinadas a forjar un “discurso provisorio”. Sin ese discurso, no hay apertura de campo. O sea, fortalecimiento de las miradas de los agentes locales: clase política, universidad, prensa local. Pero además, coleccionismo local, producción de proyectos de residencia, encausamiento de ensoñaciones culturales empresariales, búsqueda de yacimientos de financiación para iniciativas locales autónomas. Todo eso.
El encuentro del 2003 partió con el rechazo a la dinámica de la queja. Estos tres últimos años de trabajo han significado construir una idea de la visibilidad del arte local. Pero no hay que agotar la visibilidad en la promoción. La visibilidad tiene que ver con la instalación de procedimientos críticos de reconocimiento de las obras. Esta se construye mediante la puesta en función de un aparato de comentario, que supone la puesta en circulación de nuevos referentes historiográficos. Pero esto no tiene destino si no se desarrolla un espacio analítico de nuevo tipo, destinado a poner estas obras en interlocución con exigencias formales externas a esta escena local. Eso se llama desarrollo de transferencias locales. Esta visibilidad tiene efectos promocionales inevitables. Pero obliga, además, a promover el arte local desde otros parámetros.
En lo local, ¿desde donde vendrá la principal oposición? Desde el espacio universitario. Justamente, porque la sola existencia del Polo les ha demostrado la ineptitud que han tenido frente a todas estas exigencias que he mencionado. Ya no se les puede pedir nada. Las escuelas se caracterizan por constituirse en grupos de autodefensa. Es lo clásico. Sufren la descolocación de sus propias enseñanzas y deben destinar grandes esfuerzos para convertir a los estudiantes en la fuerza social de la bronca docente. Era previsible. Estaba escrito. Una escuela debe ser un factor de reproducción dinámica en una escena.
La visibilidad es un asunto complejo, cuyos límites están determinados por las características de las propias obras. ¡Que duda cabe! Las obras se ponen en riesgo cada vez que abandonan la localidad. A eso hemos venido a Rosario. A poner en riesgo nuestras obras, nuestros discursos, nuestras expectativas de retorno.