El Patrimonio es el terreno hacia el que se ha desplazado la lucha de clases. En la medida que ésta ha sido estabilizada por la legislación laboral y las políticas de encubrimiento de la extrema pobreza, lo que ha quedado libre para las acometidas múltiples ha sido el terreno de lo simbólico.
Hay una escena magistral en la novela de Arturo Fontaine, “Cuando eramos inmortales”, en que la abuela mítica escupe en la cara a quien lideraba la toma del fundo. Ella le había regalado la ropita para su bautizo, treinta años antes. Era un malagradecido. Era más que eso: había atentado contra el principio de propiedad. Está bien. Los campesinos de Lonquén, en lo real, lo pagarían con creces.
Hice mención, en un texto anterior, a la homologación de la pérdida del fundo con un exilio. Ahora cabe incorporar el dolor como categoría comparativa. El atentado a la propiedad habría sido, en Chile, el primer atentado a los derechos naturales. De este modo, lo que se debiera enfrentar en la Tercera Convención de Cultura, es un concepto tomista del patrimonio en contra de un concepto post-duchampiano de patrimonio.
¡Pongamos las cosas así! Santo Tomás contra Duchamp. De este modo podríamos imaginar un “patrimonio-haciéndose” en contra de un “patrimonio memoriable”.
¿Cómo hacer el presente, patrimonializable? Por ejemplo: ¿será posible hablar de un patrimonio (de lo) contemporáneo? ¿En qué momento y bajo qué condiciones de poder se puede adjudicar dicho reconocimiento? Valparaíso no es más que el efecto de una ficción inglesa. Lo que está fuera de esa ficción es “puro cerro no más”. El manejo del pasado debe producir la tasa de nostalgia convertible en especulación inmobiliaria. Es lo que se usa, para garantizar el concepto de “residencia secundaria”. Digo: todo Valparaíso, una “residencia” (muy) secundaria.
El asentamiento del propio Consejo Nacional en Valparaíso obedece a este concepto de “secundarización” de funciones simbólicas, de dudoso valor reparatorio. Las funciones primarias están, siempre, en Otro Lugar.
Vuelvo a repetir lo que ya señalé en “Historia de los estilos”: “No hay que olvidar que El Patrimonio, como problema de hegemonía y como proyecto de resignificación es una invención orgánica de la re/oligarquización de la sociedad chilena, instalada desde el momento mismo en que la Gran Amenaza fue conjurada”.
Diré entonces: El Patrimonio es la reconstrucción identitaria que se ha fijado en el presente de la inscripción imaginaria de unos objetos, de unos procesos, de unas “cosas” intangibles, cuya reproducción debe ser protegida por ley. Aunque por ese lado, lo que se reconstruye es la soberanía dura de una comunidad, por sobre la soberanía blanda de otra. En esa historia, los incendios de juzgados de indios han sido decisivos. No ha quedado huella gráfica de unos derechos. ¡No diré más! Los derechos nunca fueron. ¡Listo!
En esa línea se debe recordar el acto de violencia de que fue objeto un director de comisión nacional indígena, al que jóvenes mujeres mapuches le lanzan la vajilla del té sobre la cabeza, a tal punto que el hombre tuvo que refugiarse en una oficina contigua a la sala de reunión. Le lanzaron las tazas y platos contra la puerta. Era vajilla ministerial, de color blanco, adquirida probablemente a través de chilecompra.
¿Cómo interpretar ese lanzamiento de vajilla? Quizás sea la devolución de un modelo de socialidad vinculada a la construcción clase mediana provincial de la identidad huinca. En esa mesa, no había alfarería de Quinchamalí. Para apreciar dicha alfarería pobre es preciso venir de vuelta desde la vajilla inglesa. Quienes plantean el Patrimonio como espacio institucional nuevo vienen de regreso de esa vajilla.
Es un gesto similar al que comercializa entre los anticuarios de fines de los sesenta, las lámparas de carburo de los mineros de Lota. Esas lámparas, al menos, adornan. En cambio, la memoria de la reconversión de Lota no es patrimonializable porque es pobre, no más. O sea, lo de Lota vendría a ser algo así como cuando en los cursos de “estudios culturales” se aborda el capítulo de los residuos (materiales e inmateriales) de las clases sub-alternas.