A solo horas antes de tomar el avión a Hong-Kong, para asistir a un encuentro de editores de Documenta Magazine, me llaman por teléfono para advertirme que ha aparecido un artículo “en mi contra”, firmado por Patricio Fernández, en el último número de The Clinic. Mi curiosidad me llevó a correr al kiosko de Luis Carrera con Candelaria Goyenechea.
¡Que decepción! El artículo se titula “kkdemia” y está ilustrado por la fotografía de un mojón de caca sobre un plinto. Parece que, más bien, es una escultura de un mojón de caca. Y como escribe mi hermano Marcelo, la palabra caca no tiene olor; a lo que agrego que una escultura de un mojón, tampoco.
La palabra contracturada del título proviene de unas declaraciones de Colombina Parra sobre mi artículo, recogidas por Las Ultimas Noticias del lunes 4 de septiembre. A lo que apunta el uso repetido de esta titulación es a ponerme en el lugar de la academia de la crítica y de la historia del arte. Parra sería, entonces, un anti-académico ejemplar. ¡UF!
Mi discurso estaría estructuralmente impedido de comprender el verdadero propósito de la exposición. ¡Que estúpido que soy! Según Patricio Fernández, le quise hacer mella a Parra y el que ha quedado “mellado” he sido yo mismo. ¡Estoy cagado! LA ilustración del título es certera. El mojón de caca coincide con la condición de mi propio apellido. ¡No puede ser! Eso me pasa por leer demasiado a Nicolás Guillén, en mi juventud. En particular, ese poema, “El apellido”. Debo confesar que fue la lectura de Parra la que me hizo avanzar, literariamente, por cierto. ¡Cuando Patricio no aprendía todavía a sonarse las narices, yo ya era un viejo lector de la poesía de Parra! (Risas).
Al leer The Clinic, parece que confirmé lo que me escribieron unos periodistas, al entrevistarme por e-mail, según los cuáles el propio Patricio Fernández estaba más que involucrado en la muestra. Lo señalaban como habiendo escogido, incluso, algunas de las obras. ¿Es cierto Patricio? Porque el problema, aquí, no es la poesía de Parra, sino el montaje de una exposición. Por más que Patricio juegue con astucias de anteposición, resulta frágil su argumento en contrario, porque apela a la defensa de un trabajo simplemente mal hecho, mal concebido como experiencia de “visualización” de los artefactos. No es que la materialidad del montaje se ajuste al diagrama de las obras. No, no, no.
No se trata de aplicarle a esta exposición un paradigma académico, sino simplemente abordarla desde los standards que exposiciones similares plantean en el mundo. Es decir, ni siquiera hago de esto un problema “conceptual”, sino tan solo declaro el desconocimiento que el equipo en el que parece trabajar Patricio tiene, de experiencias más exitosas que ésta, de puestas en escena de “palabras
visualizadas”.
Con esto sostengo que los artefactos visuales de Parra podrían haber sido correctamente exhibidos. O sea, la visualidad de Parra podía ser salvada. Lo correcto en este terreno es sinónimo de profesionalismo mínimo. Es un tipo de corrección que está dado por la experiencia acumulada en la práctica de exhibiciones de documentos complejos. Tan solo eso. YA mencioné el caso de la exposición de Brossa, pero puedo enviarlos a ver la documentación de la exposición sobre el Ultraismo, que fue montada hace algunos años en el Museo de Bellas Artes, por el propio Joan Manuel Bonnet.
La mención de Patricio a las ferias es subordinadamente “ocurrente”. Pero en esta coyuntura ya no sirve, después de toda la caña que le he dado a la “mapochización” de la cultura. La ferialidad de esta exposición no tiene que ver con la teoría de los lugares comunes literarios, sino con las fallas graves del dispositivo de exhibición, que al ferializarse, banaliza los objetos que dispone.
El punto no es si Parra ofende al poder político. De lo que yo hablé fue de la ofensa del montaje hacia la arquitectura, que es muy distinto. Hay que diseñar montajes que sean respetuosos con las arquitecturas que los acogen. Al poder político no se le ofende con una bravuconada de agentes culturales que operan en las artes visuales como estudiantes secundarios buenos para organizar kermeses. Las ofensas de ese tipo son extremadamente mediadas. Al punto que el propio poder político no logra comprender el alcance de la ofensa.
Recuerdo que en la introducción de Du Marsais al Libro de los Tropos, se señala que en media hora de mercado se escuchan más figuras retóricas que en una reunión de académicos de la lengua. Eso lo ratificamos siguiendo la propia obra de Parra, durante décadas. Solo que esta vez, el “regreso a lo real”, en sentido lacaniano, nos hace reconocer que la vida cotidiana, más allá incluso de las figuras “lenguajeras” ensayadas por The Clinic, resulta ser más precisa que aquellos monumentos a la infracción, que el Tiempo de las Letras ha convertido en Antigüedad Clásica.
(Ya no puedo seguir, me voy al aeropuerto. ¡Que cagada!).