La columna de Jorge Edwards en “La Segunda” del 8 de septiembre tiene el valor de abrir caminos de comentario en unos ámbitos productivos para la educación y la crítica literaria. El manejo de públicos diferenciados en un centro cultural es un tema que debe ser tratado con máxima urgencia. La mención de Jorge Edwards a la risa de los estudiantes como criterio de evaluación de la muestra y de la crítica, más allá de su manifiesta “maldad”, apunta a la necesidad de definir una política de formación de públicos, no solo respecto del principal centro cultural del país, sino de nuestras instituciones museales.
Valga señalar que el CCPLM no es un museo, sino un centro que alberga una cinemateca, un centro de documentación y salas disponibles para una política de exhibiciones todavía no formulada. Estas salas no han sido destinadas, necesariamente, a exhibiciones de artes visuales. Perfectamente pueden compartir su programación con una política consecuente de exposiciones temáticas , para las que se requiere montar, proyecto a proyecto, un riguroso equipo de investigación. Es así como se hacen exposiciones pensadas teniendo como horizonte las demandas del público que el CCPLM debe atender y cuyo perfil desconoce. No hay que confundir a un paseante dominguero con un público constituído. Podríamos abrir la discusión acerca de las diferencias entre una audiencia y un público, de modo que pudiéramos trabajar en la conversión de los paseantes en público específico. Un centro debe formar su público. Este no se da ni se reconoce como un dato, sino que se construye como posibilidad de lectura cooperante. Que esto sirva para dimensionar hasta qué punto una exposición como la de Parra estaba insuficientemente conceptualizada.
Jorge Edwards, en su columna, sostiene que mi trabajo de análisis fue inútil. Me empeñé en demoler algo que ya estaba demolido:”porque la muestra de Nicanor está a mitad de camino entre el mercado persa, el cachureo y los materiales de demolición”. Habrá que ver si el texto de Fernández para el catálogo de la muestra, cuya presentación se ha anunciado para el cierre de la muestra, contempla una respuesta a las objeciones de Jorge Edwards.
No hay duda que apoyándose en mi crítica, Jorge Edwards va mucho más allá de lo que yo mismo me había propuesto, hasta permitirse la construcción de una hipótesis acerca de la función que ocupan los materiales de demolición en la obra de los cuatro poetas referenciales de la poesía chilena.
Dejaré a un lado las observaciones que hace Jorge Edwards sobre las condiciones de mi análisis, para introducirme en una polémica plástico-literaria significativa. Jorge Edwards recuerda a los tres poetas que dominan el escenario en sus años de juventud: De Rokha, Neruda, Huidobro. Y parte con un argumento duro, destinado a sepultar más aún la exposición de Parra.
De Rokha, a su juicio, derrotado por knock-out en vida, ganó su pelea después de muerto. Lo cual le permite separar a Neruda y Huidobro como experimentadores formales de tradición europea, “ligada de cerca de los movimientos de vanguardia”. A juicio de Jorge Edwards, el valor de De Rokha reside en poner en el centro del debate los elementos impuros de una poesía que no debía huir del mal gusto.
Ahora bien: esto señala la necesidad de distinguir entre distintos tipos de mal gusto como plataformas de producción poética, para sostener que el mal gusto de De Rokha ya habría dicho todo lo que Parra articularía en esta exposición, disponiendo de manera jocosa lo que el primero ya había resuelto como programa, en su torrencial exceso. Y aquí viene lo más consistente del argumento de Jorge Edwards: “Se podría afirmar que Nicanor Parra, desde su descubrimiento de la antipoesía y hasta su trabajo de hoy, seguía el arte poética del Neruda de “Residencia en la Tierra” “.
O sea, que tanto De Rokha como Neruda ya le habían recortado el campo. Según esto, Parra trabaja con las ruinas dejadas por los otros. Resulta claro que la noción de mal gusto empleada por Jorge Edwards posee un alcance formal, respecto del que Parra no haría más que realizar una declinación de chistes menores “que no están instalados allí para desorientar a la policía”.