Etnica

Todo el mundo que viaja a Buenos Aires conoce Palermo, el barrio especial ocupado por las tiendas del nuevo diseño argentino. Entre ellas se encuentran varias destinadas a trabajar líneas de vestuario que explotan un imaginario étnico.


 


Étnica, es la palabra que mejor designa la primera fase de la obra de Nury González, cuya primera manifestación tuvo lugar en la colectiva “Seis + ”, en Galería Sur, en junio de 1985. Aunque en esa coyuntura la posición de base apuntaba a señalar que la pintura precedía, en América, a la Conquista. ¡Para la situación que se vivía en ese momento estaba muy bien! Sin embargo, a veinte años de la primera puesta en escena personal de dicho primitivismo, lo étnico ha pasado a convertirse en espacio de marca, fragilizando desde el mercado iconográfico “post-Esprit”, su propia obra. Ahora bien: uno de los más expresivos ejemplos de lo que sostengo se puede encontrar en la obra que la Comisión Nemesio Antúnez le “encomendó” a Nury González en el Aeropuerto de Santiago, donde el régimen de cita incontrolada de iconografía precolombina se convirtió en una franja académica que no puede sino terminar como línea de ropa, entre post-hippie y out-door.



 


Una segunda fase de su trabajo se hizo reconocible, a comienzos de los noventa, por la epopeya del corte y confección, teniendo una fase inicial de “historia de hilo”, y su correspondiente fase terminal, de “historia de bordado”. La figura del “historiador-trapero” tan cara a Benjamín, en la obra de Nury González terminó convertida en la del “sastre-escultor de trapo”, haciendo obra de un (d)efecto de parche.


 


Posteriormente, la pulsión étnica fue reemplazada por la pulsión de la “nana” que sabía coser y bordar. Es la empleadita de Klenzo, el ícono de Gonzalo Díaz de los años ochenta, que en la post-dictadura de la transición democrática ha pasado de limpiadora de artefactos de línea blanca a costurerita. El grumo de esa época ya fue disuelto. Lo que queda es la recomposición simbólica del cuerpo mutilado de la Nación. Hay artistas, como es el caso, que han hecho de la re/costura literal de la ropa una metáfora profesional de la función de re/compostura, haciendo que su obra se deslice hacia el diseño de vestuario, abandonando casi el espacio de las artes visuales.


 


De todos modos, esta obra de costurera esencial no alcanzó jamás a “dar el mal paso” que la hubiese asociado a la figura de Ramona (Berni). Tampoco le da para llegar hasta Ramona Parra, ya que ésta es una costurera comunista, imposible de recuperar para su lenguaje plástico.


 


Un tercer gesto, que no alcanzaría a ser fase, estaría determinado –finalmente- por la única instalación que ha valido la pena sostener y reivindicar en Nury González: “El mercado negro del jabón”. En esta obra, el significante-valija de la ficción benjaminiana permite recomponer la continuidad filial de una frustración biográfica. Nury González establece una “estrategia de manejo” de documentos familiares, destinada a montar una fábula política que busca reparar el malestar de haber tenido un abuelo cuyo nombre no se contaba entre los pasajeros del Winnipeg. A falta de eso, Nury González desplaza un fenómeno migratorio y lo convierte en mito de una diáspora hecha a la medida, en la que finalmente, aprendemos que la propia artista nos devela una condición que había estado ¡encubierta!: la de ciudadana europea.


 


Esta propia obra de Sala Gasco no hace sino re/producirse ostentosamente como certificación de su desmantelamiento. Las dimensiones de los autorretratos afirman un formato pensado para “no caber” en el marco de instituciones, declaradas insuficientes. Esta vendría a ser una obra que reclamaría su propio Lugar, ya que los lugares existentes le serían impropios.


 


Sin embargo, una cosa es pintar píxeles, en el marco de la polémica de un discurso plástico que parodiza en pintura la trama serigráfica; otra cosa es profundizar la usura y desgaste que la misma artista ha ejercido sobre la objetualidad “encontrada” en los boliches de calle Rozas. ¿Qué logra con semejante operación? Modelar la nostalgia regresiva de los cursos de “economía doméstica”, de una época escolar “pre-jumper”, para terminar montando una exposición con remedos de Chuck Close “achilotados”, como si fueran chuapinos mondriano-ecológicos, en una Sala Gasco que ya se parece demasiado a la vitrina de promoción de un Magíster.

This entry was posted in escritos de contingencia. Bookmark the permalink.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *