Asistiendo al MAVI a la inauguración de una exposición de fotografía, me preguntan a boca de jarro por la exposición anterior: “Al pie de página”. Debí haber escrito sobre el caso. Sin embargo, me pareció que otros debían hacerlo. Sobre todo si pensaba que en marzo produje en el CCPLM un coloquio titulado “Del monumento al documento”. Sin embargo, nadie parece haberse dado por enterado. Es decir, la existencia de dicho coloquio instaló la necesidad de remitirse a los documentos, para combatir el discurso de los filósofos en el arte chileno. Por acomodar unos conceptos están dispuestos a retocar la historia.
Bueno: lo diré. La exposición “Al pie de página” me pareció un atentado historiográfico, destinado a perpetuar el mito de la “escena de avanzada”, pero fuera de sus administradores habituales. Existe una Oficialidad de la Escena que otorga derecho de circulación a quienes pretenden “lucrar” con el nombre. Solo que en este caso, la propia oficialidad se encontró sobrepasada por la operación llevada a cabo por quienes, al parecer, a fin de cuentas, resultaron ser los “verdaderos operadores” de la Escena. Es decir, dos publicistas que, en la coyuntura de los Ochenta obtenían buenos precios de impresión, por canje. Por esa vía, entonces, lograron hacerse de un fondo de obras que se convirtió, luego, en Colección.
Ahora bien: la Colección Fonseca y la Colección Zegers no son La Colección de La Avanzada. No se entiende para qué se monta una exposición de exhibición de documentos y piezas de colección, en la que los autores buscan protegerse de los efectos de su gesto apelando a la garantización orgánica de una Administradora de Escena que, por lo demás, tiembla ante el fantasma que acarrean consigo las piezas involucradas.
¿No se entiende? ¡Por cierto que si! La exhibición de la documentación de Zegers y Fonseca marca la declinación de la Marca “Escena de Avanzada”. Ellos saben muy bien que no hubiesen obtenido la garantía en épocas anteriores. De otro modo no se explica por qué lo hicieron ahora. Justamente, porque ninguna traba simbólica podía impedírselos.
Ahora bien: la exposición era confusa. Errónea. Errática. Hay que hacer una opción: o se exhiben documentos o se exhibe obras. Los documentos eran objetos fetichizados, al igual que las piezas. Se puede hablar en contra de la exposición, pero se compensará la situación diciendo que de todos modos había piezas extraordinarias que no eran conocidas por el público. Para eso, hay que saber esperar. El exotismo de las obras no suficientemente conocidas debe instalar su propia lógica expositiva. Los documentos apuntan, en cambio, a tomar el pulso de las inicitivas editoriales en la coyuntura de los ochenta. Y no todo es remitible a la intervención de Fonseca y Zegers. La autonomía de la imprenta del Instituto de Estudios Humanísticos es cosa aparte. Lo mismo ocurre con la tecnología decisiva de Max Huber y Azocar. No me refiero a las tecnologías de impresión, sino a lo que significó en esa coyuntura reventar la tolerancia del medio para obtener unos resultados gráficos sorprendentes.
La epopeya de Fonseca y Zegers corresponde a la fase de la imprenta sobre papel couché y no a la fase de transición que va de Cromo, Epoca a Sur, sobre oficio mayor impreso al reventón. Por lo cual, resulta confuso exponerlos como si pertenecieran a un mismo complejo editorial. Por lo demás, Fonseca y Zegers no coincidían en el análisis de la editorialidad de la escena plástica. Sus opciones editoriales ponen en tensión sus propios deseos como agentes que dinamizaban el mercado de los discursos.
En síntesis: “Al pie de página” no fue una exposición realmente cuidadosa. Más bien, se puso al servicio de la confusión y de la omisión sistemática de otros esfuerzos independientes. Diré que fue una exposición regresiva, que invirtió el camino, reponiendo las prácticas de retoque de los efectos míticos, para afirmar el destino monumental de unos documentos que debieran ser, trabajados, como los documentos que son.