La Fragilidad de un Mito Administrativo

Titular una exposición sobre documentos, “Pie de página”, reproduce la idea por la cual existe un Texto que ya está escrito y que solo nos cabe realizar algunas anotaciones. El texto escrito, delimitado para normalizar, por lo que debiéramos entender, está determinado por los Editores de la Escena: Fonseca y Zegers. Pido disculpa: no me había enterado. Resulta indignante que especialistas en archivo se subordinen a operaciones de retoque historiográfico, a partir de la recuperación fetichizante de documentos que son exhibidos como “fundantes”.


 


Lo grave no es la iniciativa de exhibir los esfuerzos editoriales de dos agentes culturales, sino que su gesto es convertido en política referencial. Finalmente, lo que podemos saber de la Escena de Avanzada, como mitología operativa, ha sido precedida por la determinación en última instancia del aparato de impresión, en una coyuntura económica recompuesta en su interiorismo.


 



Resulta grave que todo el esfuerzo desarrollado en el terreno de los archivos, sea banalizado por una exhibición de encubrimiento. No hay posiblidad de afirmar políticas públicas en el terreno de los archivos, si manifestamos a cada paso nuestra dependencia simbólica de gestos ilustrados de agentes que solo adquieren inscripción, como sujetos proveedores de oportunidades editoriales en épocas de grave depreciación orgánica de la escena plástica.


 


Un cuidadoso trabajo sobre los documentos exigía que cada una de las ediciones presentadas fuera puesta en su contexto de producción. No es lo mismo comparar los catálogos de Cromo, Epoca, producidos en 1976 y 1977, con el tabloide de Sur en 1982. Es necesario poner en perspectiva, incluso, la trilogía de los Acuerdos Díaz-Mellado, de 1985, como un conjunto de documentos que señala las diferencias objetivas que en ese momento se planteaban entre la obra de Gonzalo Díaz y las recuperaciones de Nelly Richard, como administradora de valores, en esa coyuntura.


 


En esta medida, la colaboración de Fonseca en la producción editorial de algunas producciones vinculadas con Diaz, tenían un efecto contrario: ir contra esa Escena.


 


De ahí que el título resulte francamente impresentable: pie de página. Lo que deja en suspenso, como digo, la cuestión acerca de quien ha escrito la página de referencia. Y no aborda, lo que es más grave aún, la reconstrucción de la trama de conversaciones y correspondencia de intereses que conducían a tales editar tales o cuáles textos, en provecho de la omisión de quienes jamás aceptaron subordinarse a las políticas de relaciones públicas y privadas de esa gran administración de voracidad simbólica. Por no decir: escena de castración.


 


Sin embargo, este es el efecto terminal de la propia “escena de avanzada”. Esta es la medida efectiva con que había medir su destino: el (d)efecto de su editorialidad. En definitiva, aquello que señala esa vieja pregunta comunista: ¿quién le pone la plata?.


 


Finalmente, las piezas, no los documentos, sino las obras presentadas, están sostenidas más que nada por el mito de su no circulación anterior. Al menos tienen la ventaja de ponernos frente a un conjunto de extrema pobreza referencial, a partir del cual se ha construido un edificio extremadamente grande en la imaginación de sus (es)cultores.


 


Al menos esta exposición ha tenido ese valor. Poner las cosas en el lugar que (probablemente) corresponde. Lo que esa exposición del MAVI afirmó es la fragilidad sobre la que se levantó el mito de la Escena de Avanzada y su conversión en monumento administrativo. Lo que sorprende es el temor que todavía despierta. Pero esa es otra historia. Tiene que ver con la fragilidad de las paternidades en el campo plástico chileno.

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