Ser radical es trabajar sobre documentos, en un país que se confía en el relato oral como recurso para retocar viejas historias de incomodidad. Sin embargo, se ha establecido una nueva plaga: el uso por saturación de los documentos para quemar los acontecimientos. Se lee mal, se junta documentos de diversa época sin distinción de regímenes textuales para habilitar hipótesis “posmo”. Me refiero al tipo de refrito académico de jóvenes investigadores que usan el comentario de textos para satisfacer políticas de habilitadores de empleo. Grave. Doblemente grave.
Una primera ola de reduccionismo la hemos tenido que soportar desde los desplazamientos salariales de los profesores de filosofía, que encontraron en el campo plástico un yacimiento laboral suplementario.
Una segunda ola de reduccionismo la tenemos que resistir, hoy, desde las manipulacionbes documentales, operadas desde la interpretabilidad garantizada por los fantasmas de la “avanzada”. Los jóvenes trabajan parea satisfacer las hipótesis de sus empleadores.
Una tercera ola de reduccionismo la tenemos que apreciar en la banalización del documento, a través de operaciones editoriales destinadas a recomponer las memorias iniciales de la precariedad de la propia escena. Todo esto repercute en la “políticas de archivo”. Pero sobre todo, en las estrategias de re-escritura.
Hace unos días, un brillante joven editor chileno me invitó a escribir en una revista universitaria. El tema es el de las generaciones artísticas. Todos sabemos que el término resulta incómodo, sin embargo, cada analista puede atenerse a las nuevas exigencias que plantean las periodizaciones. Al convenir en nuestro acuerdo, como que no quiere la cosa, ya que su desconfianza respecto del espacio artístico es proverbial, me lanza una observación demoledora.
– “¡Que curiosa es la situación de las artes visuales! Allí nadie se atreve a levantarse contra la autoridad, cuando esa actitud de rebeldía te la encuentras en la narrativa y en la poesía”.
¿Qué decir? Ya lo sabía. Pero me molestaba profundamente que viniera un editor, prácticamente un “enemigo” de las artes visuales, a decirme que los artistas emergentes, en su gran mayoría, son unos “mamones”. Como siempre, tiene que ver con la fondarización como síntoma, sobre todo, cuando los “padres totémicos” controlan por delegación fantasmal, las comisiones de evaluación. Lo genial es que ni siquiera deben hacer presión: los evaluadores hacen su trabajo adelantándose a la presión de la escena. Para que haya fantasma es necesario que haya escena, escribe Barthes. ¡Escena pedofílica! Eso era lo que editor me quería decir. Ya estaba escrito. Mattelart y Dorfman lo habían dicho en su histórico ensayo sobre leer al Pato Donald: puros tíos y sobrinos. El campo plástico omite la “escena primitiva”. No deja de ser espectacular como base de una trama para la “tragedia del arte”.
Justamente, la política de independencia que han sostenido algunos artistas emergentes respecto de las políticas saturnales de los totémicos, es el objeto de mi texto en el libro de Mosquera que debiera haber sido publicado ya. Me contuve en mi decisión de abandonar dicho proyecto, para insistir, soportando la compañía de elementos hostiles, en el trabajo de la autonomía. Es decir, de cómo han podido desarrollar sus trabajos quienes han rechazado la lógica de los Tíos Permanentes del arte chileno. En este terreno, dediqué el texto a la memoria de Juan Downey, porque considero que su diagrama de trabajo sostiene simbólicamente las autonomías de los artistas emergentes de los Noventa.
Valoro el diagrama de trabajo por sobre las políticas locales de carrera cuyo propósito es el de siempre: impedir que los artistas puedan, en efecto, emerger; es decir, constituirse en sujetos que no dependan simbólicamente de la aprobación administrativa. Esto se combina con la actitud de los investigadores jóvenes: ¿A quien le temen? ¿Por qué temen? Solo el trabajo de una escritura autónoma garantiza la obra. ¿Acaso esperan satisfacer el imaginario de colocación histórica de quienes les prometerán algunas horas de docencia? Entonces, estamos peor que antes de la instalación de las prácticas de archivo. Ahora, estos mismos jóvenes se ofrecen para realizar operaciones de Manejo Documental. Entonces, el editor del que hablé al comienzo tiene toda la razón. ¿Para esto habremos trabajado, abriendo el campo? No puede ser. Tiene que haber un futuro mejor. Un futuro que ponga en el centro de las preocupaciones una especie de “ética de los archivos”.