Hay que poner atención en los detalles. Sin embargo, no hay que consumirse en los detalles. Por el contrario, es necesario armar una red de relaciones posibles que permitan construir un contexto. La frase “se muere la perra, se acaba la leva” me recuerda el espacio literario de José Donoso. Lo leí hace algunos días. No fue a mi a quien se le ocurrió esta primera relación. Pero olvidé donde lo leí. Valga mencionar que me hizo mucho sentido y declaro su proveniencia. Entonces, recordé los perros de “El lugar sin límites”, que corrían en las noches por las viñas, hurgando en la tierra, metiendo las narices, resoplando de ira.
La familia cremó los restos del padre totémico para evitar que los perros metaforizados pudieran desenterrar sus huesos. En la novela, los perros pertenecen al hacendado que los hecha a correr en toda la extensión de sus derechos naturales; en lo real, los perros son metáforas de la amenaza espectral que animó las acciones del padre arcaico: o sea, los perros como sinónimos de comunistas.
Para impedir que estos últimos dejaran a la vista sus huesos, la familia elaboró un protocolo de quema, que no hace sino operar como síntoma de las huellas que desea aniquilar mediante el fuego. Pienso en “El lugar sin limites” como el lugar de la caída simbólica de la oligarquía chilena que debe recurrir a sus hombres de mano, para recomponer su unidad perdida. La oligarquía ha tratado a los militares como peones de cuadra y ahora la familia del padre arcaico debe pagar los costos de haber pretendido más de lo que le correspondía.
Ha habido grandes historias de movilidad social ascendente. Toda la historia chilena del siglo XX es una secuela de intentos orgánicos por consolidar estadios de movilidad. Pero esto ya fue demasiado. Sabemos de historias de migrantes que para consolidar su inscripción nacional casan a sus hijas con los mejores representantes de una oligarquía en falla. De ahí han emergido grandes sagas de recomposición política, industrial y financiera.
Parece no caber duda que esto ya sería demasiado: no solo hubo una meteórica movilidad social ascendente, sino enriquecimiento ilícito. En esa lógica, los muertos, bien muertos están. Habrá sido por algo. En todo caso, no habrán sido suficientes. De ahí que, al final, ante la desaparición del referente familiar, la propia familia se expone como exceso. De otro modo no podrían resistir el abandono de que han sido objeto.
¿Qué otra les queda que construir el panteón familiar, en la propiedad de descanso, al margen de la sociedad política? Sin embargo eso es como oponer la fuerza de lo familiar contra la fuerza del Estado. Así, un nieto puede repetir el diagrama interpretativo de las acciones del abuelo, solo con el propósito manifiesto de instalar el discurso de la familia como garantía de la verdad histórica. Que viene a ser la pequeña compensación reparatoria ante la imposibilidad de erigir su mausoleo. De hecho, el propio mausoleo familiar reconstruido por el abuelo para albergar a los miembros de la estirpe, fue saqueado hace unos cuantos años. De ahí que en términos estrictos, estemos ante una familia averiada por el efecto de rechazo de quienes llamaron a su padre a realizar el trabajo sucio y no lo defendieron como hubiese sido debido.
La voz destemplada del nieto portando la versión de la familia se combina con el gesto de los hijos que arreglan sobre el féretro el emblema de su función no reconocida: la banda con el escudo bordado. Y luego, el uniforme doblado: deseo de convertirlo en monumento. Esto tiene un parangón: el monumento a los muertos de la guerra del 14 que la comunidad francesa levantó en Concepción. Sobre la placa de bronce incrustada en una piedra enmarcada por dos columnas neoclásicas con capitel, se dispuso una escultura de piedra que reproducía una guerrera doblada con el casco puesto encima. ¡Muerto por la patria! Eso es lo que pone en circulación imaginaria un monumento.
Para sustraerse a la acción de los perros, el cuerpo fue trasladado en dirección al mar, en una nave similar a la que otrora trasladara cuerpos de ciudadanos para ser lanzados al mar.
La familia desolada, impedida de completar su deseo de oligarquización, solo puede ejercer la soberanía doméstica de edificar el panteón que el Estado le ha negado.