Es necesario preguntarse por qué en un medio, a alguien se le ocurre hacer un artículo sobre la noción de “gurú”. Pero sobre todo, por qué el editor lo deja pasar y considera que puede revelar tendencias. La noción misma de “tendencia” aparece como efecto directo de construcción de noticia relevante. ¿Para quién? ¿Para el espacio artístico? Tendríamos que suponer que a los agentes del espacio artístico les importa lo que se escriba en Artes y Letras. ¡Y vaya que les importa! Artes y Letras opera como plataforma simbólica de aceptación paterna. Se puede llegar a ser muy famoso en el extranjero, pero si no parece en El Mercurio, no existe. También ocurre que hay artistas que no son famosos en el extranjero, pero viven como si los fueran porque El Mercurio define sus existencias en el país. Esto corresponde a un capítulo archi-escrito de una historia de garantizaciones bíblicas que funciona como en ninguna otra parte del mundo. ¡Dicho y hecho! Lo que Javier Rojahelis, en la edición del 3 de diciembre no quiso decir fue que el gran “gurú” del arte chileno es, justamente, Artes y Letras. ¿O NO?
Toda la maestría de la escuela mercurial de escritura se verifica en la estructura del texto; pero sobre todo, en su presentación: foto de un decano, en blanco y negro. ¡Máxima garantía! Luego, siempre es otro el que habla de él. Es la condición del “gurú”. Hacer hablar de si, a otros, que en su enunciación, agradecen por la deuda que les cabe. La operación de Javier Rojahelis consistió en hacer hablar a los deudores. La figura es siempre figura comentada. Lo que define al “gurú” es su capacidad de ser puesto en boca de todos.
Es curioso que se publique una foto en blanco y negro de un decano cuya institución ha sido recientemente ocupada por estudiantes que no lo leen, porque están estructuralmente impedidos de hacerlo, de lo contrario habrían entendido que no había que tomarse la escuela. ¡Que bien! La exoneración de nueve profesores marca tendencias en los estilos de hacer reformas internas. Este es un punto que ya he tratado: la historia de las escuelas como historias de limpieza académica por la vía de las reformas de malla, incluyendo calificaciones académicas pauteadas.
Por cierto, el “gurú” necesita para operar, de un espacio de reproducción de su representación. Para eso están las escuelas y algo más. La conversión de un texto y de su lectura en influencia social específica depende, no tanto de la comprensión de un texto, como de la amenaza espectral que un texto tiene para ejercer como tributo diferencial, entre un espacio académico y un espacio no académico.
No se equivoca Javier Rojahelis en la base de su análisis, ya que remite su ficción del “gurú” a la determinación de la pedofilia como un modelo de habilitación. El “gurú” es una especie de Tío Permanente. El espacio plástico ha tenido que soportar el ejercicio de los Padres Totémicos, académicamente garantizados por las escuelas que representan. Por eso, cabe una pregunta: ¿qué es hacer escuela?
Por ejemplo, ¿quién ha hecho escuela? ¿No se necesita, para hacer escuela, de una superficie de recepción y de reproducción consistente de unos saberes determinados, durante una unidad de tiempo mínimo orgánicamente reconocible? O sea: se requiere de un contingente de agentes cuya función sea preservar La Enseñanza de un “gurú”. Y posteriormente, ¿no es necesaria una práctica de administración de su “herencia formal”?
Entonces: ¿quién habrá hecho escuela? Habría que buscar por el lado del manejo de instituciones en provecho de la reproducción orgánica de grupos cuyo único destino es el control académico. A falta de mercado real, el manejo docente es la única actividad productiva que va quedando.
Si a ello se le agrega el financiamiento editorial para poner a circular la palabra académica en el propio circuito de reproducción de las condiciones de emisión discursiva de los agentes de palabra, tenemos una “escuela” que vive para reproducirse como espacio de jubilación anticipada.
Hay un aspecto en el que Javier Rojahelis se equivoca. No logra articular una ficción acerca de la necesidad simbólica del “gurú”. Hay “gurú” porque la palabra en exceso encubre y llega hasta doblegar el poder de las imágenes. Por ejemplo, en ese sentido, me difama al establecer que yo he decidido el “quien es quien” del arte chileno, a raíz de “Historias de transferencia y densidad”.
Es decir: no entendió nada. Esa exposición no definió el “quien es quien”, sino que determinó una ficción metodológica que permite (todavía) sostener la existencia de una densidad formal determinada, en una coyuntura específica.
En relación a las junturas panorámicas, no hay que confundir operaciones de hiperinflación de influencias declaradas por escuelas en crisis de crecimiento con la situación real de la circulación interna de los artistas que se enumera.
Los “gurues”, en sentido estricto, no existen. Su existencia denota la fragilidad de las relaciones afectivas del arte. Sin duda alguna, hay quienes para manejar la escena requieren que dicha fragilidad sea de rigor. Así dominan escuelas como si fueran cotos de caza a los que solo son invitados aquellos que pactan de antemano su subordinación y dependencia orgánica y afectiva.