Museos

En Chile, la designación de museo ha sido empleada en un sentido equívoco.


Museos Interactivos, por poner un caso, más cercano del gabinete de curiosidades y de una granja-aventura, dependientes de un concepto abierto de educación informal. Es como el laboratorio de física con algo de historieta natural para uso de escolares provenientes de establecimientos carentes. ¿Debería llamarse “museo”?.


O bien, hay museos de arte contemporáneos al borde de ríos, que más que nada son salas temporales de exhibición. Sin dejar de mencionar museos de extremo sur con acervo, pero sin institucionalización consistente que al final de cuentas no caminan sino a su desmusealización.



Museos, en fin, como el Museo Nacional de Bellas Artes, que sufre el castigo de pertenecer a una Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, donde carece de especificidad y debe resistir como entidad de cuarta clase, en el seno de una administración cuyo énfasis está puesto en los archivos y en las bibliotecas. Lo que ya es suficientemente complejo.


Sin embargo, como Museo Nacional, nadie en la clase política está dispuesto a pensar en un estatuto especial con un presupuesto adecuado a su dignidad. Es el modelo de pertenencia de este museo a esa dirección lo que le impide tener plan de desarrollo.


Ya lo decíamos como chiste cruel al comienzo de la era concertacionista: el hall central del MNBA es la sala de cenas de la Presidencia. Lo cual, no sería del todo una mala idea.


Me cabe como miembro del Consejo de Cultura Metropolitana proponer que el edificio del museo sea destinado a la actividad ceremonial techada del gobierno. De verdad, la Moneda está cada vez más patética en sus ritos. La explanada enrejada de la “ciudadanía”, con ese aire de “patrio del Louvre al pedo”, le ha restado dignidad.


Bien: dejemos a los sátrapas del Segundo Piso exhibir con arrogancia sus ineptitudes y convirtamos el Palacio de Bellas Artes en la sala de ceremonias de la Presidencia.


¿Se ha fijado la ciudadanía que la vocería del Ejecutivo está sobredeterminada por el carácter de una escalera lateral? Es la escalera la que otorga la dignidad a la vocería. Siempre que hay una escalera de esas características, ya se sabe que se accede a una puerta trasera. Un palacio no puede, al parecer, operar con el imaginario de puerta trasera, porque convierte la gestión política en un asunto doméstico.


Al menos, el Palacio de Bellas Artes posee un “puerta grande”. Incluso, podrían compartir el espacio con Cancillería. De hecho, las salas de exhibición pueden ser convertidas en espectaculares salas de sesiones. Con esas salas se daría la impresión de discutir, siempre, cosas importantes. Total, si de mobiliario se trata, la restauración aparejada a la contrarrevolución agraria ha permitido recuperar valiosas piezas de la oligarquía anterior.


¿Y no se imaginan el efecto sonoro de la voz de mando de un oficial de la guardia, en el medio del hall? ¡Que virilidad! Incluso, la sala Blanco puede ser una excelente sala de prensa. Es amplia, imponente, con rasgos de Sala del Juego de Pelota, como para animar el fantasma jacobino del socialismo chileno. ¡Puede ser! Desmusealizar el MNBA para convertirlo en la sala de recepciones del Ejecutivo. Este si que es un plan factible.


Lo que hay que hacer es dispersar la colección del MNBA y repartirla en los museos históricos regionales y en el histórico nacional. De hecho, es una vergüenza que exista un museo de “bellas artes”, teniendo los premios nacionales de “avanzada” que tenemos. Es curioso que no hayan reparado en la necesidad de instalar jurisdiccionalmente las “artes visuales” en la decretalidad del Estado.


Dispersar la colección favorecería a las regiones. Esto satisfaría la petición de principio que ha sostenido la pintura clásica chilena: no ser más que ilustración del discurso de la historia. De este modo, ese acerbo estará destinado a instalar la distancia tecnológico representativa en los escolares, para que adquieran el sentido del extrañamiento de los relatos identitarios.


Los cuadros del Mulato debían ser destinados a La Moneda, para reemplazar algunas piezas vergonzosas que dejan muy mal parado a Insulza, como amateur d´art.


En cuanto a lo que haya de pintura contemporánea, debiera ser remitido a fortalecer el actual MAC que, como no hay mal que por bien no venga, debiera ser reciclado como oficina de relaciones públicas de una rectoría que necesita resolver la crisis de la “facultad” universitaria. La facultad de reconstruir la memoria impostada del presente.


Ahora bien: los museos de algunas ciudades en región estarían muy satisfechos con esta inyección patrimonial descentralizadora. Fomentaría en la clase política local ese sentido de pertenencia oligarca que les hace falta para convertirse en región simbólicamente estable. Sobre todo, teniendo el cuenta las historias de despojos y usurpaciones, sobre todo en las regiones del sur, se hace necesario museos locales con pintura clásica patrimonial que refuerce la existencia espectral y civilizatoria del siglo XIX. Y para contrarrestar, desde el propio Estado, el discurso de la Conadi. Porque en ese terreno, hay que construir un museo etnográfico para que se re-establezcan los equilibrios de representación simbólica.


Finalmente, para eso son los museos; para fortalecer la unidad de clase.

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