Hay que continuar con los detalles. El uniforme con que vistieron el cadáver era el que usaba en las galas. Solo en las galas se podía permitir calzar con las reminiscencias de la guerra triunfal del Pacífico. Finalmente, el fue el vencedor de una Pacificación. El coronel Saavedra ya nos enseñó a entender qué significa la palabra “pacificación”. Es curioso: en el siglo XIX los desmovilizados de la guerra exterior del norte fueron empleados para acometer la guerra interior del sur. En el siglo XX, la distinción norte-sur fue sustituida por la confluencia del enemigo interno. Por eso, ese uniforme fue preparado desde mucho antes para darse a ver como una especie de sobrevivencia francesa que se materializa por sobre la determinación prusiana de la reforma del entendimiento militar.
Un uniforme similar solo podía ser apreciado en la portada de uno de los volúmenes de “Adiós al séptimo de línea”, reproduciendo la imagen ecuestre del general Baquedano antes de entrar a Lima. Toda la sapienza militar de Pinochet estaba determinada por el modelo del ingreso a Lima, a condición de equiparar comunista con cholo, como categorías representativas del enemigo. En este sentido, Pinochet no era un héroe de la guerra fría, sino un heroico espectro de la época de oro del ejército; es decir, de cuando la casta militar era tan solo una extensión temporal de la oligarquía. La reforma alemana de comienzos del siglo XX vino a sancionar la conversión de la extensión en un cuerpo por si mismo, separado ya de la subordinación simbólica con la oligarquía.
El ejército pasó a ser la plataforma de aceleración de una movilidad social amenazada por la regresión. De ahí la importancia de este uniforme que remeda la “escena de origen” de la pose heroica. Finalmente, el derrocamiento de Allende fue producido como un asalto y ocupación de Lima. Por lo demás, en el despacho de Allende en La Moneda había una fotografía dedicada por quien aniquiló simbólica y materialmente a la oligarquía peruana: “Para el Chicho Allende de parte del Chino Alvarado”.
Algunos delirantes analistas de titulares de periódicos, durante la fase de repliegue total de la actividad de masas esperaban que, al menos, estos militares chilenos fuesen “peruano-nasseristas”. Sin embargo, rápidamente se tuvieron que rendir a la evidencia que se ocuparían solo de mantener condiciones sociales de excepción, para que la oligarquía recompuesta reaprendiera la misión que había extraviado. Condición necesaria para concebirse como fuerza de ocupación, en un territorio sobre el que debía reorganizar la escena de la producción y recomponer la distribución de las clases. En suma: trabajo sucio, de policía.
Así las cosas, The Clinic publica en portada la imagen Pinochet en la urna, levemente borrosa a causa de la condensación de los fluídos corporales en el vidrio. Esta portada se conecta con la otra portada del Fortín Mapocho, cuando a comienzos de los noventa publica la foto de los cuerpos excavados en Pisagua. Estos últimos están resecos, convertidos por efecto de las órdenes de Pinochet, en ruinas sociales. Más bien, en averiados vestigios ejemplarizadores del castigo extensivo a la totalidad del cuerpo social. No tenían uniforme de combate, más que el pull–over remendado. El remiendo era el signo material de enunciación del deseo de vivir. De otro modo, ¿cuál hubiera sido el objeto de recomponer la trama?
Por el contrario, el rostro de Pinochet, en esta portada de actualidad, aparece maquillado, como si ese gesto de cosmética hubiese satisfecho el deseo de embalsamarlo “por fuera”, a nivel de la superficie, para convertirlo en una ruina imposible de recuperar. Toda esa humedad estaba destinada a la quema. Sobre todo, a borrar la huella del colorete en las mejillas, como si fuera un espécimen en un museo de cera. En cambio, los cuerpos excavados en Pisagua pasarían a ser tratados como objetos de un museo de ciencias naturales. La arqueología forense los haría hablar, en los expedientes. El cadáver de Pinochet, en cambio, manifestaba una pura presencia activa, muda, pero conservada temporalmente como una potencia fosilizada, replicada en las voces desgarradas de sus huérfanos.
¡Con qué ropa!