Lo lamento. No es algo personal. Más de alguno lo pensará así. Pero Mosquera reproduce un acto fallido del inconciente cubano en relación a Chile. No cabe duda que algo así determina uno de esos magníficos actos fallidos construidos a la medida del discurso de contingencia.
¿Cuál será el discurso de contingencia implícito de Mosquera en esta empresa? Tengo más de alguna idea al respecto, por la vía del vitalismo. Es la única explicación que tengo para comprender la inclusión de Raúl Zurita, como artista visual, en “Copiar el edén”.
Me explico: el vitalismo es una manera que tengo para designar el accionalismo político. En las ya difíciles relaciones políticas chileno-cubanas, forjadas desde las advertencias de Castro a Allende, que es un eufemismo para delimitar el desprecio de los revolucionarios por el reformismo pequeño-burgués, fue tomando cuerpo un chiste de bastante mal gusto, cuyo relato define un tipo de lectura.
El chiste relataba la historia de un comandante cubano de la fuerza aérea revolucionaria que pedía que le dieran un avión transporte con el cual pretendía bombardear La Moneda. ¿Un avión transporte? ¡Y claro! ¡Para poder transportar los centenares de toneladas de papel impreso con los análisis políticos de la izquierda chilena en el exilio, y lanzarlos sobre Santiago! De seguro, argumentaban entre risas desaforadas, sepultamos a Pinochet entre toneladas de paquetes de informes mimeografiados. Esto es lo que yo llamo un “chiste vitalista”, en el que prima la acción revolucionaria por sobre el inmovilismo provocado por la excesiva producción de tinta.
En verdad, eran dos los chistes. Más bien, había un segundo relato que no tenía nada de gracioso pero que confirmaba la tesis sostenida por el chiste referencial. En un momento determinado, los agentes de las oficinas de análisis de prensa en La Habana, comenzaron a fijarse en las informaciones que relataban hallazgos de armas por parte de los servicios de inteligencia y de represión de la dictadura. Lo que les sorprendía a los analistas era el hecho que se descubrieran tantos “barretines”, sin que por ello se consignara la “caída” de ningún mimeógrafo. Tal era el respeto de los chilenos por la letras escrita, que escondían mejor que las armas mismas, los dispositivos de impresión.
Todo esto es muy conmovedor. Cuando leo las palabras “tsunami de tinta” escritas por Mosquera en la Introducción de “Copiar el edén”, más allá de mi real aprecio, no puedo dejar de asociarlas con estos relatos de antes de la fundación de la propia bienal de La Habana y que remiten a un marco de relaciones políticas traumáticas. Mis propias relaciones con el “vitalismo” de la Dirección Cubana tenía que ver con las clases de criptage y decriptage, chequeo y contrachequeo, falsificación de documentos y otras habilidades, que los compañeros del ERP nos debían impartir en Buenos Aires, habiendo sido estos últimos, formados por compañeros cubanos expertos en convertir los efectos de tinta en acción revolucionaria.
La dimensión de la derrota y el estado miserable de nuestras orgánicas hizo que nunca tuviéramos el curso. Los profesores fueron detenidos por la policía de López Rega y los becarios ni siquiera llegaron a cruzar el Paso Los Libertadores. Solo quedó entre nosotros la ruina de las inscripciones.
Finalmente, entendimos que habría mucha tinta corrida en la sustitución de nombres. Así como numerosos compañeros fueron ingresados a espacios de secuestro con nombres sustitutos para burlar las peticiones de habeas corpus, en nuestra guerra de pobres derrotados escogíamos nuestras chapas para enfrentar nuestras luchas de tinta con la certeza inconciente de cumplir con un rito que nos antecedía en la letra y en el discurso.
¿A que se refiere Mosquera con el “tsunami de tinta”? A la sobre valoración que en la escena plástica chilena “se da” al discurso como vector de garantización y de pertenencia a la escena. Siempre lo he dicho: en este escena, se especula con la teoría, pero en términos análogos a la especulación inmobiliaria, que monta operaciones para aumentar ficticiamente el precio de los suelos.
El chiste político sobre el bombardeo de los paquetes de documentos se verifica en la función que Mosquera le hace jugar al CADA: la paradoja es que el CADA bombardea con documentos, haciendo realidad el propio chiste que he relatado al comienzo. Sin embargo, puede ser tan solo una paradoja encubridora que delimita el terreno simbólico en el que Mosquera y Zurita se dan cita, atraídos por un vitalismo de base cuya ejemplaridad diluye todo lo que se ha podido encostrar con esa tinta.