Fondaridades (2)

 

Una amiga mía presentó un proyecto para una pasantía en el aparato de producción de la Bienal de Venecia. Experta en producciones en el área de artes visuales, con vasta experiencia y reconocimiento local, la perspectiva de viajar a Venecia, a trabajar en una bienal con las complejidades que ello supone, permite pensar en la posibilidad de formar personal para nuevas estructuras de intervención institucional en Chile.

 

 

 

Ya sabemos cuántas pasantías son atribuidas para prolongar estudios académicos en el exterior, que aseguran nada más que regreso a tareas docentes en estructuras ya precarizadas de reproducción académica. En este terreno se ha instalado una especie de favoritismo por proyectos de formación académica, que a la larga se saldan en reproducción de poder de los evaluadores que los favorecen. Resulta más fácil favorecer a quienes sabrán admitir las deudas simbólicas de rigor. En cambio, los proyectos de pasantías de producción son castigados porque implican mayor autonomía y suponen una empleabilidad de mayor movilidad. O sea, no hay deudas, sino deberes para con un sistema que los evaluadores no controlan.

Mi amiga pidió financiamiento para pasaje y cincuenta y tres euros diarios, para un mes de estadía. La comisión de estudio consideró que era demasiado dinero para tan poco resultado previsible. ¿Y cómo lo podrían prever si ninguno de esos evaluadores sabe a ciencia cierta que es producir una bienal? Como no viajan a bienales, ni conocen su mecanismo interno de producción, no imaginan que se trata de una experiencia transmisible solo estando ahí. Tampoco saben que con cincuenta y tres euros apenas alcanza; que no hay hotelería barata en la ciudad y que se debe alojar en pueblos y ciudades de los alrededores, de modo que hay que viajar en tren cada día, etc. Preguntaré, también, por la procedencia académica de la comisión evaluadora. Aquí corre mucho cuchillo. En ausencia de debate crítico, los evaluadores operan como reguladores de las venganzas institucionales de sus mentores académicos.

La administración del Fondart ha sido diseñada para favorecer este tipo de prácticas, a partir del desconocimiento fino de sus propias autoridades. Ellos pasan a creen que la palabra Venecia involucra otro tipo de relaciones. Es aquí donde se devela la ausencia de criterio y el provincianismo de la calificación. La negativa tiene más que ver con la palabra Venecia, que denota un hito reprobable en el horizonte de los deseos administrativos. Mi amiga llamó al Fondart y pidió reunión con la jefa. Después de varias citas fallidas, el argumento inicial no podía sino seguir con la misma línea. Como si mi amiga fuese una alumna de liceo y la jefa una orientadora vocacional, la primera tuvo que escuchar frases del tono “pobrecita, no le salió el viaje a Venecia; para otra vez será, puh”. No había ninguna capacidad política para sostener el juicio. No siquiera se podía discutir acerca de la necesidad de disponer, en la plaza, de personal con experiencia en bienales. Este es un tipo de formación que se requiere, pensando en que una trienal está anunciada en el propio programa de gobierno de la presidenta.

¿Pero qué es esto? Allí no había más que escuchar. La domesticidad del funcionariato puede llegar a adquirir ribetes de grave impertinencia inconciente. Esta jefa es la misma que el año pasado durante la Convención de Cultura remitió el carácter de mi crítica a su gestión como originada por un problema de inteligencia emocional de mi parte. Ya les advierto que no me harán viajar de nuevo y destinar dos días de mi trabajo a justificar la arrogancia de este modelo de trabajo que tanto daño produce a la consolidación de un campo artístico, en directa proporción con la ineptitud para comprender el manejo de un proceso de concursabilidad compleja. Me refiero un manejo conceptual, político, administrativo, económico, de gestión, etc. Una jefa ya sabe que su pega consiste en recepcionar reclamaciones y poner cara de palo. Sobre todo, esto último. Va con la función. Lo cual es una falta de consideración enorme hacia los concursantes. Sus rechazos merecen un mejor trato, una buena discusión, una acogida pertinente, más allá del cumplimiento de una cuota diaria de citas. Habría que pensar en qué lugar de gestión reside la falta de inteligencia emocional, cuando el funcionariato expresa en estos detalles su impunidad, por no decir, la soberbia que está haciendo naufragar a este gobierno.

Vuelvo a algo más grave aún: el nombre Venecia es el que causa temor en los funcionarios. No vaya a ser que se les haga un sumario por enviar a alguien de vacaciones. Porque si se dice Venecia, no se piensa en otra cosa. A lo mejor, es probable que los evaluadores estén fijados en Aznavour y les sea difícil entender que a Venecia se puede ir a trabajar y no a suspirar de amores y escenas de arte perdidas en el puente de un vaporetto.

 

 

 

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