Fondaridades (6)

 

Una cuestión central en el debate sobre Fondart es la claridad del análisis que los jurados hacen de sus campos. Si se leen los términos de la polémica originada por los resultados del Consejo del Libro, nos damos cuenta que los términos de la discusión son administrativos. Eso no cuadra con las exigencias de análisis de tendencias formales, ni tampoco con el estado actual de la productividad del campo literario chileno.

 

 

En artes visuales es peor, ya que los jurados no producen análisis de las condiciones de   productividad de su propio campo. El caso más patético ha tenido que ver con la mirada que ejercen sobre el estado actual de los desplazamientos del grabado. No solo declaran su desconocimiento sobre uno de los avances formales del espacio, sino que desestiman las potencialidades de desarrollo y de proyección internacional de una “invención chilena”.

En el momento en que subía el texto anterior a esta página, me llama por teléfono Patrick Hamilton para comentarme la misma situación que ya me había ocurrido con Fernando Prats el año pasado. Su proyecto Fondart fue desestimado este año. Es exactamente el mismo proyecto que envió a la Beca Guggenheim, que le acaba de ser atribuida. ¿No es para la risa? En efecto, es risible. Ni los jurados ni las autoridades producen lecturas de la fase en el seno de la productividad de un campo.

Cuando menciono los nombres de Norton Maza, Fernando Prats, Patrick Hamilton, me refiero al carácter que tienen  en ellos el emprendimiento y la autonomía. Se trata de obras que han sido reconocidas fuera del país en función de las condiciones de inscriptividad de debates ya diagramados por exigencias formales mayores.

Hamilton regresa de Milán donde expone en la misma galería que exhibe los trabajos de Iván Navarro. No está de más señalar que ambos están presentes en el proyecto que se acaba de inaugurar en Nueva York: Daniel López Show. La efectividad que han logrado en sus condiciones de inscripción jamás ha dependido de la fondarización. La autoridad del Fonadt sabe perfectamente que maneja un concurso destinado a compensar las frustraciones del grupo decisional que la administra a través suyo. Ella no administra, sino que es administrada.

A propósito de Daniel López Show, es preciso insistir en que se trata de una nueva curatoría de Mario Navarro. Es decir, una consecuencia de su propio trabajo. Las curatorías que importan son consecuencia de un trabajo de producción de infraestructura. Este trabajo prolonga la línea de trabajo ya presentada en “Transformer”. Lo de Mario Navarro se explica desde la secuencia de producciones del año pasado; a saber: Liverpool, Buenos Aires, Pontevedra, Sao Paulo. Todo eso culmina en dos lugares en Santiago: el Museo Allende y el MAC-Brugnoli. Esto significa “abrir el juego”. En el Museo Allende expone la pieza “Red Diamond” mientras que en el MAC-Yo-Ya reproduce la pintura al carbón que ya le conocimos en la 27ª Bienal de Sao Paulo y que venía desde la Gabriela Mistral.

Hace unas semanas Mario Navarro estaba en Buenos Aires, acompañando la presencia de Container Matucana 100 en la Feria de ArteBA. Esto no es “carrera” sino inscripción de huellas referenciales que recogen la experiencia de la autonomía.

Entonces, me escriben algunos lectores para preguntarme qué pienso sobre el hecho que Hamilton esté en Daniel López Show. La pregunta está envenenada. Supone que en el fondo Hamilton no debiera estar allí, en razón de que a su obra le faltaría espesor político. Lo cual repite el supuesto sostenido por gente como Machuca, según el cual las obras de los jóvenes de los Noventas no están “tan” comprometidas como las de la Escena de Avanzada, que para estos efectos proporcionarían el modelo del compromiso mismo.

Lo que a mi me parece es que esas obras totémicas que defiende Machuca son un modelo de oportunismo político. Machuca se esmera en señalar que las obras de los jóvenes de los

Noventa vinculados de uno u otro modo a la mirada de Mario Navarro, en cuanto no están simbólicamente subordinadas a los totémicos saturnales que ya se sabe, son descalificadas como obras  políticas. Al parecer, el carácter de una obra política está determinado por la troika Arcis-Magister-la-Chile. ¿Y eso? ¿A quién le importa, a estas alturas? Dicha troika funcionará en la cabeza de Machuca y en quien quiera saldar sus deudas con los habilitadores de pega de dicho sector.

El texto que escribí para Mosquera y que apareció en “Copiar el Edén” está pensado para abrir una vía de análisis sobre la autonomía simbólica y formal de esas obras de los Noventa que me parecen absolutamente políticas, no por su “contenido”, sino porque están pensadas políticamente. Hay una gran diferencia en eso. Ni Navarro ni Hamilton hacen obras “políticas”, sino que hacen arte políticamente.

Esta distinción la empleo después de haberla escuchado en la conferencia que dictó Francisco González en el Museo Allende sobre  las “políticas de línea” en José Balmes, Gracia Barrios y Valerio Adami, para dar cuenta, justamente, de los resultados ¡de su proyecto Fondart!

Francisco González me trae a la memoria esa frase de Godard: “No se deben hacer películas políticas, sino hacer películas políticamente”.

 

 

 

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