EL TRIUNFO DEL ARTE CHILENO.

Una joven periodista que trabaja en un prestigioso medio me ha escrito para hacerme preguntas sobre la exposición en el Espace Culturel Vuitton. Me advierte que mis opiniones serán contrastadas con las de comentaristas que se han caracterizado por difamar mi trabajo y declarar que esta exposición carece de relevancia. No alcanzo a diseñar una hipótesis susceptible de montar sobre la expresión de tal ingenuidad. Este sería el marco de referencia para un artículo totalmente novedoso, acerca de cómo artistas de menos de cuarenta años triunfan en el extranjero.


Un tema así planteado no tiene nada de novedoso. Lo primero que hay que  desmontar es la mala leche comparativa que desmonta toda iniciativa si no es en función del reconocimiento de la Tate. El destino del arte chileno no se juega en Londres. Tampoco en el MOMO. De “momo”, bien dije. Casi podría haber escrito “mamón”. Tampoco JIUSTON. Con jota. Porque es muy bonito hablar de exportabilidad, pero esta denominación es tan solo una hipótesis que carece de todo fundamento. Aunque funcione para articular una estrategia en que el rebalse discursivo se expanda y se traduzca en ubicuidad. Ya se sabe, no es preciso que una hipótesis sea verdadera para que sea útil.

Algo parecido ocurre con la inflación que hemos montado sobre el “nuevo coleccionismo” y el “nuevo galerismo”. ¡Por favor! Ni lo uno ni lo otro han proporcionado elementos de credibilidad suficientemente consistentes, para que nos levantemos los tarros con tanta pedantería. Hay que saber medir el alcance de nuestras ensoñaciones, porque de lo contrario hacemos el soberano ridículo.

Plantear un artículo sobre el triunfo de unos artistas en un circuito que no se ha identificado, justamente, corre el riesgo de hacernos capotar una vez más en el terreno del conocimiento. ¿Cuál es el triunfo de los artistas que exponen en París?  ANTICIPAR el desmontaje de la impostura. Lo escribo con mayúsculas. Para señalar lo lejos que han quedado los padres totémicos del arte chileno, jubilados en sus premios nacionales, ya sin poder matonear a nadie, que es el peor de los destinos. Mientras estos ANTICIPAN, los viejos veteranos de las guerras perdidas por acceso  al MOMO, DEPONEN su actitud mientras el efecto de todas las pietás y las fotos de familias prestadas ya ni siquiera son objetos de inventario. Más aún, hoy, después del desmoronamiento de la fachada del MAC. En verdad, siempre estuvo desmoronado; solo que ahora la imagen terminal encuadrada en la televisión del mundo entero lo sanciona como un hecho irrefutable. Ninguna cita de Benjamin puede desviar la atención sobre el efecto aurático de una ruinificación constante.

El triunfo de estos artistas, entonces, para seguir con lo que importa, se localiza en la ANTICIPACIÓN CRÍTICA del estado de cosas existente. Pero esto se ha verificado recién después del terremoto.

¿De qué podemos hablar? ¿De qué imagen-país? Ningún artista totémico declaró, durante la transición, la crítica del estado de cosas existente. Esta frase es capital. La escribe Bourriaud para explicar el arte relacional. Pero es Ladagga quien la formula mejor: un acuerdo de trabajo entre un artista y unos no-artista, que bajo un acuerdo determinado, en un tiempo determinado, resuelven hacer una acción destinada a cambiar el estado de las cosas. Ese es el grupo de palabras que los artistas menores de cuarenta años, exponiendo en el Espace Culturel Vuitton, se han propuesto: cambiar el estado de las cosas. De partida, cambiar las maneras de hablar de arte chileno. Y para eso hay que leer los textos de María Berríos en el catálogo. Rara vez una edición de este tipo recoge la tensión formal de los artistas. Ella describe y analiza los propósitos implícitos y explícitos de unas obras que pueden parecer desiguales. La escritura las hace homogéneas, solo en el sentido que elabora un hilván común. Las cose con el mismo hilo y hace el mismo punto regular. Pero las proyecta hacia una delimitación que abandona el determinismo chileno.

O sea: no hay arte relacional chileno, pero existe un método de producir distanciamiento que debe ser tomado en cuenta. Y que no haya arte relacional, está muy bien: no se puede superar el efecto que tiene Un techo para Chile en la organización del “régimen estético chileno”, para usar una guarangada de moda, citando a Rancière, como corresponde a todo damnificado en la teoría del “partage du sensible”. Esto no se traduce. Debe ser dicho y escrito en francés, porque solo así acarrea la densidad suplementaria que se ha colado en el titulo.

Entonces, el triunfo del arte chileno se localiza de modo lábil y focalizadamente clandestino, en un anticapitalismo que rápidamense te convierte en antiimperialismo cítrico. Si, si, son obras semejantes a una gota de jugo de limón en los ojos. Limpia super bien pero duele más que la cresta. De eso se trata: de obras de anticipación cítrica, que traen el dolor incorporado, antes incluso de ver las imágenes.

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