El debate en el senado, a propósito de la Ley de Pesca, hizo visible las condiciones de pulsación máxima del lenguaje. Algunos comentaristas han hablado de lo desprolijo que fue el senador Andrés Zaldivar, al personalizar las observaciones de Marcel Claude, retomadas por su colega Avila.
Zaldívar redujo el espacio del Senado a la presión de sus complicidades de clase. De este modo, Avila, un des-clase (que no tiene clase suficiente) podía ser penalizado como un tipo que no sabía de “lealtades” corporativas. Es decir, un tipo peligroso, que no se somete a ninguna normal “social”, que Es la norma socialmente rentable de la omisión y el desestimiento. Si Zaldívar trama que su persona Es equiparable a la eticidad de la corporación, entonces, no podía hacerse eco de los rumores relativos a la supuesta homosexualidad de Avila.
Aquí, Zaldivar estuvo MAGISTRAL: la oligarquía está simbólicamente determinada por el arcaico “derecho a pernada”, que en términos “modernos” quiere decir “poder de fecundación sobre las cosas del mundo”. De este modo, lo que le dijo a Avila, por la vía de la acusación de homosexualidad, fue que éste carecía de poder fecundativo, en política. Es decir, que su diseminabilidad era vertida fuera de la cuenca semántica de la política, sexualmente sobredeterminada. Lo de Zaldívar fue más allá que cualquier ofensa pudiera imaginar en el hemiciclo. La hipótesis de la homosexualidad fue simplemente la noción de diversión respecto de la identificación del núcleo; a saber, la inhabilidad de Avila para “fundar” una estirpe. Para ello, le bastó con recurrir al “cuadro clásico” de las perversiones.
Y Avila, al responderle, pronunció la palabra, que no Es sinónimo de homesexual, sino de traidor al pacto de convivencia democrática. Porque, finalmente, ¿cual hubiese sido el problema si Avila fuese efectivamente homosexual? Homosexual fue empleado, por Zaldivar, como noción descalificadora del estatuto del político. Aquí dejó escapar dos cosas: una, su encendida homofobia; dos, la definición de la política como actividad amenazada por el fantasma de la sodomía.
Lo que Zaldivar pone en movimiento es el peso de las palabras y los dichos comunes de la política. Habrá que remitirse a los usos de frases tales como “Andar con calzones de lata” o “Bajarse los pantalones” para referirse a las precauciones que deben ser tomadas al entablar procesos de negociación.