¡Oh, si! The Clinic me dio la razón (lo que desde ya, no deja de ser complicado): el fantasma de la sodomía anima la probidad de la politica chilena parlamentaria.
Demos crédito a la sociedad civil: existe una micro-política no parlamentaria de intervención social. Tiene que ver con cosas que cuando los parlamentarios se interesan, es porque ya están “funadas”. Una buena manera de saber sobre la precisión y calidad ética de nuestras acciones públicas, es cuando éstas se convierten en interés parlamentario. Quiere decir que ya están perdidas. No es que vayan a ser “recuperadas”, sino abiertamente desnaturalizadas. El circulo vicioso reside en la inevitabilidad de tener que pasar por el diálogo con los agentes parlamentarios. El problema se torna grave cuando nos damos cuenta de que si entramos en la defensa cercana de nuestros interes micro-politicos, ¿en que momento haremos nuestros trabajo real? Nuestra pega no es esa, sino, efectivamente, la práctica de arte, o la gestión cultural. Para defender nuestras posiciones, pareciera inevitable tener que entrar en una trama en la que se debe ocupar más de la mitad del tiempo en hacer lobby con impresentables, y, al mismo tiempo, defenderte de las puñaladas de los mismos. Así no. La política es otra cosa. Por ejemplo, tiene que ver con la ilusoria ingenuidad de que nuestras acciones en el terreno de las prácticas textuales, por ejemplo, particularmente en la critica de arte entendida como critica política, pueden, efectivamente, transformar la naturaleza de las cosas.
Hay frases de las portadas de The Clinic que poseen el valor proyectivo y reparatorio, como aquella que los estudiantes de la Universidad Católica escribieron y colgaron en el frontis de la casa central, en agosto de 1967: “Chileno, El Mercurio miente”. Una frase no transforma el mundo, pero produce unos efectos simbólicos impensados que hacen, al menos, repensar el lugar efectivo de algunos agentes.
En este sentido, para regresar a la actualidad de las frases, en la fase terminal de su pertenencia partidaria, Avila no sabía lo que hacía. Es decir, estaba en posesión de ese “saber que no se sabe” , y que, sin embargo sabía en demasía. Lo único que hizo fue levantar el dedo y apuntar a la literalidad de la ley. El caso de los Hermanos Coraje fue solo un momento singular que señalaba el lugar en que tienen que aflorar los problemas reales; o sea, la doble responsabilidad, como parlamentario y como empresario. Lo que nadie se había dado cuenta es que ser parlamentario, hoy, es pasar a ser un empresario de la producción de imagen. A lo mejor, por eso era considerado normal que nadie pensara en la distinción de intereses.
La bajada de The Clinic es de antología. Probablemente será objeto de una causa por difamación. Ya la sola presentación de un libelo le daría razón, a The Clinic. ¿Cuál era la frase atribuída paródicamente al hermano menor?: “si, fui junior de los Angelini”. Esta es de las frases más feroces que se han escrito acerca de la representacióin que tenemos de la clase política. Porque esa frase, a lo que apela, es a introducir la hipótesis sobre una relación causalmente casual entre política y dinero, en una línea de dependencia formal en la que siempre alguien es junior de (otro) alguien. En términos de la “repartición” de los Poderes del Estado, el Parlamento se ha puesto en el nivel del junior.
Pero donde The Clinic se pasó, fue en el titular: “Avila cagó por el chico”. Porque fue el Chico, quien hizo mención a la supuesta homosexualidad de Avila. Me pregunto si, en verdad, Avila era el destinatario de sus palabras. A lo mejor estaba enviando un exocet en contra de las sensibilidades homosexuales de su propio partido. Por eso, su alusión es más grave todavía, porque introduce en el discurso parlamentario una base “lenguajera” que proviene –en última instancia- de la base discursiva de Monseñor Medina. Pero aquí, The Clinic recoge la proyección de su homofobia y la revierte, al jugar con la ambigüedad de la palabra “cagó”. O sea, el Chico expulsó a Avila por el chico, sinónimo de cloaca. Para eso contó con la complicidad de los senadores, que al votar su apoyo, dejaron convertido a Avila en una excrecencia senatorial. Justamente, porque este hombre no había respetado la “omerta”. Pero por otro lado, el “chico” pasa a señalar la instancia anal, por la que simbólicamente, el Chico, hizo pasar a Avila, con la ayuda de sus colegas. La votación en apoyo del Chico fue directamente proporcional al carácter de la capotera inflingida a Avila.
La letra “o” de la palabra chico está representada por el círculo torneado de una asentadera de water, haciendo de medallón con la foto del Chico. Es como decir, en sentido estricto, que se lo sentó. Y todavía, delante de su suegro. O con su complicidad. Para dejarlo más solo todavía.
Este fue un punto en el que el senador Moreno insistió mucho en una intervención de televisión. O sea: “ellos” se entendían con el suegro y no entendían cómo, este viejo contralor, le habría dado la pasada a este infractor de las reglas básicas. Moreno introducía el argumento del respeto debido al suegro, en política. Eso es, en términos estrictos, política hacendal.
Ahora bien: la frase en portada, “Avila cagó”, indica que el Chico tuvo la “razón de estado” de su parte. La ingenuidad de Avila fue confiar en su sentir de individuo. Loable sentimiento. Pero no cuenta con que el Chico, es, por si mismo, el máximo exponente de esa razón. Un razón retentiva, por cierto, ya anticipada en su rol de ministro de Frei Montalva, en que se hiciera “extraordinariamente” famoso por su llamado conspirativo a la corrida bancaria, amenazando antinómicamente a Allende por el chico; o sea, por el lugar del flujo de capitales.
Enero 2003.