Durante las últimas semanas ha tenido lugar en diversas galerías e instituciones culturales, una exposición titulada MATTA/HORMIGA. Este solo título ha provocado un gran malestar en sectores de la plástica y de la política.
El exponer obras de Delia del Carril junto a obras de Matta hace pensar, a primera vista, que la comparecencia de este último estaría destinada a apuntalar las de la primera. Sin embargo, es un hecho suficientemente fundamentado el que la obra de Delia del Carril hizo su camino en la autonomía de su reconocimiento. Entonces, ¿por qué juntarlos y generar la preocupación discursiva de las últimas semanas? Simplemente, se debe analizar este asunto considerando la política del principal gestor de esta iniciativa: José Balmes. Pero no solamente eso. ¿Y donde queda el rol del Centro Cultural Delia del Carril? Precisamente, en un rol de retaguardia, después de haber logrado, finalmente, la recuperación de un número apreciable de planchas de la Hormiga, que durante años estuvieron en un curioso “comodato” en el Taller de Artes Visuales, que se mostró renuente a devolver un patrimonio del que jamás fue propietario.
El regreso de esas plnchas de grabado al Centro Cultural que funciona en lo que fuera la casa de Delia del Carril, que dicho sea de paso, logró salvarse del ominoso destino que sufrieran algunas propiedades del partido comunista durante la dictadura. Los lectores deben recordar que son num erosos los casos en que, propiedades del partido comunista, en una operación destinada a salvar su patriminio, fueron traspasadas legalmente a nombre de personas que, con posterioridad, desconocieron el acuerdo bajo el que esta operación había sido realizada y simplemente se quedaron con las propiedades.
¿Por qué tener que referirse a situaciones que afectan la propiedad de un patrimonio, a propósito de Delia del Carril? Justamente, porque en su caso; es decir, en el relativo a su morada y a parte de su obra, se experimentó la amenaza de la pérdida. Una vez conjurada la amenaza, quedaba avanzar otro paso, que simbólica y materialmente se conecta con la política de descomunización de la cultura. Hablemos claro: uno de los proyectos “no escritos” de la política cultural de una cierta fracción de clase político-empresarial, articulada por agentes de la Concertación como de la Oposición, ha consistido en reducir, limar, encubrir, hasta omitir, el rol jugado por el aporte de intelectuales y artistas comunistas en la afirmación de contemporaneidad de la cultura chilena. Debí decir, simplemente, el aporte comunista en la constitución de una subjetividad moderna, no sujeta a la contracción del término que experimenta en su acepción neoliberal. Aporte que fue algo más que un aporte, convirtiéndose en un momento constitutivo de unas formas de subjetividad social complejas, que terminaron por editar –esa es la palabra- una plataforma cultural identitaria con caracteres muy propios, que atravesaron la vida nacional. De más está decir que la dictadura se encargó de encubrir este aporte.
Era su trabajo. Para eso se hizo el golpe militar, finalmente. Y no deja de ser curioso que la Concertación, en su transición necesariamente interminable, prolonga con otros medios el impulso aniquilador de la memoria cívica, iniciado por la dictadura.
En el contexto anterior se debe entender la aparición de esta iniciativa: Matta/Hormiga. Es decir, para fijar el valor de ciertas historias complejas, en las que queda claro no solo un tipo de compromiso político partidario, sino que se abre la discusión en torno a la reconstrucción cultural de las relaciones políticas, en una larga vida de obra. Tanto en el caso de Delia del carril como en el de Roberto Matta. Y lo que José Balmes se ha propuesto, ha sido, simplemente, reforzar la idea de que no hay modernidad chilena sin comunismo chileno.
Lo que hay que preguntarse de inmediatro es porqué insistir en eso ahora. Justamente: cuando las operaciones de banalización y de reduccionismo han alcanzado dimensiones que bordean la falta ética. Se trata, en suma, de reponer el lugar de los nombres
emblemáticos para una cultura política determinada.
Allí está el caso de Pablo Neruda, convertido en “marca” de Fundación, editando una posteridad de poeta en el que su compromiso partidario aparece cada vez más como un “apéndice” o como una “anécdota” (una aventura). En ese punto, es el Neruda de Volodia el que aparece como plataforma de recomposición de la “textualidad Neruda” y su expansión “biografemática”. Faltaba, entonces, levantar el “factor Matta”, a modo de cerrar un triángulo que había comenzado a gestarse en el Madrid de mediados de los años 30´s.
Se han levantado voces airadas que niegan toda posibilidad de que Matta y Delia del Carril se hayan conocido en el Madrid de 1935. Esas voces desconocen el valor de las verosimilitudes forjadas a partir de “historias orales” que solo ha sido posible recoger en la cercanía de una historia partidaria, y sobre todo, en la cercanía efectiva del Matta de 1935. Es decir, el que conoce a García Lorca en casa de Morla Lynch.
Pero ese no es el punto. Matta sale de madrid con cartas de recomendación que lo introducen en el círculo de Bretón. Eso está establecido. Y además, el hecho de que los surrealistas sostienen polémicas relaciones con el comunismo de pre-guerra. Polémicas, pero existentes y reales. Es en ese contexto que se puede entender el inicio de relaciones de Matta con el comunismo francés. Esta situación no puede estar consignada en los cuadernos de notas de Morla Lynch.
Simplemente, por cuestiones de clase. Siendo, Matta, en esa coyuntura, un des-clasado. Un tránsfuga. No un trasplantado, de acuerdo al modelo de Blest Gana y la novelística del XIX. Matta pone en movimiento otra narración. El mismo se convierte en máquina deseante de una narración histórica que lo sobrepasa y lo determina. De otro modo, ¿cómo podría haber sido habilitado para ir al taller de Picasso mientras éste pinta el Guernica? Las relaciones de Matta con los republicanos en Francia abarcaban una trama ambiental en la que la presencia de Delia del Carril era más que verosimil. La iniciativa de organizar la partida del Winnipeg, después de la derrota republicana, no era un “asunto personal” de Neruda. ¿Podría haber sido un “asunto personal”? Entre la visita de Matta a Picasso y la partida del Winnipeg, tiene lugar un complejo y decisivo agenciamiento político. En esa trama, Delia del Carril no ocupa un lugar menor. Ese es el objeto de estas exposiciones. Señalar que tanto Delia del Carril y Roberto Matta, nunca ocuparon un lugar menor en la historia de las relaciones entre comunismo y pintura. ¿Qué interés tiene esto, en Chile, en la actual coyuntura? Simplemente, señalarlo.
Ese solo hecho, ya es suficientemente radical, en un contexto de omisiones y de encubrimientos permanentes y persistentes. Ser radical significa, hoy, recuperar y recomponer las memorias. La relación de Matta y Delia del Carril sobrepasa la trama “afectiva”. Se trata de la exigencia de reconstruir una trama de relaciones políticas que tiene su origen en los momentos de la derrota republicana. ¿En qué consiste el trabajo de los historiadores que se han negado a verificar la historia de Delia del Carril? En eso, precisamente. En verificarla como una artista que posee una historia política, pero además, que posee una memoria personal de las relaciones políticas. Lo que hace José Balmes es poner en paralelo, primero, y luego, articular, dos memorias plástico-políticas, en un momento en que resulta útil –a ciertos agentes culturales y políticos- reducir el aporte constitutivo de los comunistas en la modernidad de la cultura chilena contemporánea.