El Gabinete de Leppe (2)

Preparando la lectura del texto para el catálogo de Memorias de la colección, en el Museo Allende, Balmes me cita un día a las nueve de la mañana. Tuvo, sin embargo, que hacer una trámite en el banco y no me alcanzó a avisar a tiempo. En vez de esperarlo, decidí regresar más tarde. Me pasé, entonces, por casa de Leppe. Debía ponerme de acuerdo para reemplazar en dicho montaje, la pintura que acaba de donar al Museo Allende. Mide más de ocho metros. No me calza en la sala que le he destinado. Necesito dos obras monumentales de tamaño más adecuado al espacio de que dispongo: la primera, la figura humana hecha de pelos, en posición invertida, que culmina con la cabeza fuera del cuadro, convertida en una piedra sobre la que se apoya el resto del cuadro; la segunda, en que hay una cabeza dibujada y fuera del cuadro se levanta un árbol consistente en un báculo coronado por un enramado de alambre dibujado en el aire. La primera estuvo en Animal, la segunda fue montada en la sala de la APECH. Tarea cumplida, pasamos a los asuntos “verdaderamente importantes”.

En la sala contigua al escritorio, se encuadra el living pequeño de la casa de Leppe. En éste, contra uno de los muros, ha instalado un escritorio de caoba que ha rellenado de libros y catálogos. Sobre una ruma de libros, en un costado, afirmado contra el marco de un cuadro suyo, ha instalado provisoriamente su nueva adquisición. El tiempo de poder enseñármela en mejores condiciones de luz. No se trata de ninguna pintura bastarda. Es decir, si, en un sentido que ya explicaré.

Me encuentro frente a una pintura de Cosme San Martín, de aproximadamente 100 x 70 cms, que reproduce la imagen de una mujer sentada, con el brazo derecho apoyado sobre un escritorio, el brazo izquierdo en el respaldo de una silla ordinaria, mirando directamente al pintor. La mujer sostiene en su mano derecha un cigarrillo, mientras se sienta con las piernas abiertas, doblando el zapato de su pie izquierdo de modo que el costado derecho de éste toma contacto con el suelo, sin barrer, sobre el que se puede identificar una colilla de cigarrillo apagada, junto a dos cerillas usadas.

Sobre la plataforma de la silla popular, a un costado de la trama de paja, se ha dispuesto una caja de fósforos. De fondo, a mano derecha, se ubica un biombo francés, mientras que a mano izquierda, en el muro, hay dos estampas pegadas clavadas, una escuadra o el fragmento de un marco, un par de castañuelas y un plato de metal. Sobre el escritorio hay una botella que probablemente contenga trementina, un pote de pintura de aspecto domestico y unos papeles. Por la forma en que están dispuestos, bien puede ser un periódico doblado en cuatro.

Si bien, no es una pintura bastarda, esto es lo más bastardo que Cosme San Martín haya pintado porque no satisface las exigencias de la academia chilena. Está en París y no debe cumplir el mandato de respetar la norma; al menos, en la “intimidad” de esta “composición”. Este es un cuadro que se sitúa en las antípodas de “La lectura”, que podemos apreciar en el Museo Nacional de Bellas Artes. Un cuadro compuestito, elogio del Orden de la Familia.

En este pequeño cuadro, lo denotado es un tema “recurrente” en todo pintor que desea abandonar el marco de restricciones impuesto por la institución, que consiste en dedicarse a expandir simbólicamente el espacio del taller.

Veamos: el biombo y el muro definen la escenografía. Detrás del biombo francés la mujer se desviste, para posar. Sin embargo, ahora posa, digámoslo así, fuera de sus horas de trabajo. Parece haber concluido una larga jornada, en el curso de la que ha cruzado su mirada con el pintor, enmarcada por las ordenanzas de la pose. Ahora ya no hay pacto de pose. En esta situación de ausencia de pacto, la modelo deportada de su función, ya que está vestida y se da placer de fumar un cigarrillo tomándolo como lo haría un chulo apoyado en el mesón de un bar.

El pintor ha dejado la paleta y el pincel y ha desplazado la función manual, hacia otro cuerpo, en un gesto de aprehensión de una pequeña antorcha encendida. Me adelanto para reducir mi atención en el cigarrillo encendido, en la colilla y las cerillas usadas, y en la caja de fósforos.

La acción está dividida temporalmente: cigarrillo encendido sostenido en el aire v/s pucho y cerillas apagadas y pisoteadas en el suelo. A media altura, la caja de fósforos permanece, a la espera de ser usada. Es el encendido en potencia, depositado sobre una superficie combustible. O sea, el cuadro se sostiene en la inminencia de la combustión. Para seducir al pintor, fuera de las horas de trabajo, la modelo debe estar vestida.

Es en los pliegues del vestido y en la cantidad de piel cubierta que se instala la preeminencia del gesto por sobre la pose. El cigarrillo apagado corresponde al momento de la pose. Hay, manifiestamente, un antes y un después en la construcción del cuadro. Todo parece indicar que sea el cigarrillo aplastado por el propio pintor, durante su trabajo. Ahora viene el turno del encendido propio; es decir, del cigarrillo que puede anticipar la petite-mort por ostentación de un sustituto encendido, que sostiene entre los dedos y se llevará a los labios la promesa de una felación. Por esta razón ella se presenta como una allumeuse; es decir, una mujer que enciende el deseo de los hombres, a menudo sin tener la menor intención de satisfacerlo.

Una vez que ha sido cumplida la tarea de pintar, queda la posibilidad de satisfacer la mancha del pintor.

Hay un juego de palabras que solo funciona en francés. Existe la t’che de peindre (tarea de pintar) y la tache de peinture (mancha de pintura). Es aquí que me propongo expandir la mancha hacia su acepción como falla. En ese sentido, queda la posibilidad de satisfacer la falla del pintor, en que se reconoce que eso es lo que (le) hace (la) falta.

La ostentación de lo encendido en el cuadro remite a la pobreza de lo inflamado fuera de éste.

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