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Disconformidad
ante la edición de un texto 4. El trabajo de la inspectora general prosigue en la página 148, en que proclama, para nuestro pobre entendimiento, la existencia de dos grandes grupos de textos en “Lecciones de cosas”. El primero está encabezado por “La cuna del delfín”, del filósofo Pablo Oyarzún, y los incluye a todos, salvo los textos de Justo Pastor Mellado y Alberto Madrid. Para Adriana Valdés, la genealogía propuesta por Pablo Oyarzún y por el catálogo Es decisiva para su lectura de “Quadrivium” como “la puesta en escena de la muerte del sentido”. Es el suyo, escribe Adriana Valdés, un ensayo impecable, tan bueno que al terminar de leerlo parece no haber ya más nada que decir; todo encaja, todo está visto, se da cuenta de todo. El atractivo de su cuento, prosigue, seduce a varios de los ensayistas que (le) siguen el camino barroco de las variaciones sobre un mismo tema. Después de semejante encabezamiento, uno se pregunta qué hacen allí los textos de Mellado y Madrid. Ninguno de ellos glosa la escritura de Oyarzún, y por antonomasia, ya no tienen más nada que agregar, puesto que Oyarzún lo ha dicho todo. Más aún, cuando ni Mellado ni Madrid se refieren al tema de la muerte del sentido, que por cierto, no está en sus “agendas” de escritura. La inspectora sacó mal en el examen a Mellado y Madrid. ¡Para marzo! No merecen estar allí. Pero señorita, debo argumentar, ¡nosotros no pedimos estar allí! Nosotros solo podemos hablar de los fenicios. Bromas aparte, Adriana Valdés –en 1999-, nos descalifica a Madrid y a mí, para cualquier comentario sobre “el sentido” de la obra de Díaz. Nos pone al margen del reconocimiento efectivo para hacernos cargo de cualquier iniciativa institucional; me refiero, a la responsabilidad de producir una exposición, en la que Díaz, al parecer, debía ocupar el rol decisivo. ¿O no? Lo que Adriana Valdés promueve, ya a esas alturas, es la pertinencia profesional de un grupo de glosadores del Verbo Legal de la Plástica Chilena en contra de la incompetencia de dos colegiales con graves problemas de conducta textual. Y lo que hace, magistralmente, es firmar el certificado que sanciona nuestra suspensión mediante el recurso a un tic literario y afectivo que, todavía a estas alturas, no puede evitar: citar a Enrique Lihn, como garante de sabiduría. Es la poesía la que garantiza, a su vez, a la filosofía. De hecho, Adriana Valdés afirma su ensayo como un huis-clos, al citar a Oyarzún que describe el cierre hermético de la instalación sobre si misma, en la que ya no hay ninguna referencia al “afuera”, siendo este via crucis –o sea, el primer via crucis cuya interpretación es tomada a cargo por el Grupo de la Glosa-, a diferencia de los otros –o sea, aquellos que han interpretado los otros via crucis anteriores-, aquel en el que no solo no hay referencia al “afuera” -¿a la historia?-, sino además, aquel en el que Oyarzún vería una supresión y total deflación del “Acontecimiento”. Esto resulta cada vez más gracioso, como figura anticipativa de la desclasificación y descalificación de los escritores, como Mellado y Madrid, que solo perciben, en la obra de Díaz, y en general, en todas las obras sobre las que escriben, nada más que “acontecimientos” . Henos aquí, entonces, acusados de “acontecimientales”. ¡Y nosotros, que deseabamos estar en la “larga duración”! Pero nunca pudimos entender que había que aplicar en la escuela de la muerte del sentido. Hemos venido a saberlo, gracias a Adriana Valdés, demasiado tarde. Entonces, al señalar Adriana Valdés la existencia de dos grupos de textos en “Lecciones de cosas”, casi como que le reprocha al propio editor-pensador-visual el habernos incluído. Y esa Es una queja legítima, porque nuestra presencia “hace ruido” en un espacio entendido como Glosario de la escritura de Oyarzún. Eso es lo aparentemente inexplicable, a menos que nuestra presencia haya sido necesaria, justamente, para señalar el espacio de la herejía y de la incompetencia. De hecho, Adriana Valdés, cuando se refiere al texto de Alberto Madrid, como éste declara la importancia de los desplazamientos formales en plástica chilena, lo condena como escritor de “áreas chicas”, en relación a las Grandes Temáticas de los otros textos incluídos en el volumen. Lo que ella no parece entender, claro está, Es que los desplazamientos de las técnicas del grabado clásico no constituyen un área chica de problemas en la visualidad chilena, sino que configuran aquello que podríamos denominar LA GRAN INVENCIÓN CHILENA de los 70-80´s. Pero su fobia historiográfica le impide entrar en el “acontecimiento” de las obras, porque desconoce el trabajo fino de historia, ya que por lo general, cuando Adriana Valdés escribe sobre arte, solo se remite a generalidades que más bien adquieren un tono ceremonial y celebratorio, sin entrar a tallar en los conflictos formales ni en la contextualización de los procesos de construcción de obra. Lo cual, dentro de todo, cumple una función, pero no fortalece el trabajo de historia, en términos estrictos. De modo que nuestra inclusión, en ese volumen, estaba mal definida desde sus inicios. Adriana Valdés fue la encargada de hacérnoslo saber, pero después de que todo ya estaba bien cocinado; cuando no era posible retirar los textos, porque NOSOTROS NO PEDIMOS ESTAR ALLÍ. Fuimos invitados para ser maltratados. En verdad, en el postfacio de Adriana Valdés no hay maltrato alguno, ya que su escritura pone en escena el principio de exclusión de nuestra discursividad. El maltrato se localiza en la operación del editor-pensador-visual, que por vía interpuesta, enumera las condiciones de la descalificación de lo que va a constituir nuestro trabajo curatorial, algunos meses más tarde. Aunque en verdad, Alberto Madrid y yo, ya habíamos constituído nuestro equipo de trabajo, con José de Nordenflycht y Paula Honorato, en una fecha coincidente con la edición de “Lecciones de cosas”. La importancia del postfacio de Adriana Valdés reside en el señalamiento
de la existencia de dos grupos de productores textuales: uno, formado
por filósofos que escriben sobre arte; otro, formado por unos impresentables
que escriben sobre puros acontecimientos de área chica. En términos
estrictos, Díaz la invita a ejercer de inspectora general de textos,
pero ésta se toma una atribución suplementaria, al dibujarle
bajo amenaza el carácter de sus alianzas futuras. En concreto,
en 1999, le dice a Díaz que la garantización de su inscripción
futura está en su condición de ilustrador de la Glosa del
Discurso Filosófico, que pasará a dictar la Ley en la Escena.
En este terreno, Adriana Valdés pasa de inspectora general a secretaria
de actas, filosóficamente garantizada. En esta reconstrucción,
Adriana Valdés tiene toda la razón: “Quadrivium”
ilustra la muerte del sentido (sic). | |||||||||||
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