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LOS EJES DE LA CONVENCIÓN (5). Justo Pastor Mellado. Agosto 2004 La razón de porqué en la tematización de la convención había que reducir el alcance de la discusión sobre arte a cuestiones de formación, poniéndola en el mismo saco que la gestión, ha tenido un propósito: redefinir la formación de los artistas en función de los imperativos que la gestión señala como criterio de validación de las propias producciones artísticas. Pero como ya lo he señalado, la convención no posee poder alguno, ni siquiera los administradores ministeriales de cultura, para sugerir o formular políticas de enseñanza de arte. Podría ser objeto de su espacio de intervención, sin embargo, no posee pertinencia analítica ni investigativa en el tema. Resulta gracioso, además, leer en la prensa que el destino del arte chileno depende de la buena gestión que éste haga de si mismo. Aquí no solo se refleja la misma impertinencia analítica, sino que se exhibe una ignorancia inexcusable respecto del tema. Perdón: ¿Es acaso la gestionabilidad de los proyectos lo que define qué es válido y que deja de ser válido? O sea, los administradores ministeriales instalan una estructura para cultura, en la que la taquilla o el people metter definen la calidad de las obras y los índices de su circulación y no la lógica interna de éstas. Aún así, depende de la lectura que cada disciplina realice de sus propio estado y reconocimiento social. Nada de esto resulta una sorpresa. Es el "efecto Mapocho" en la organización de la cultura. Para las artes visuales esto es sencillamente fatal. Para la formación de "audiencias" también. Se confunde todo, a sabiendas. Ese es un gran objetivo visible en esta convención: promover la confusión de los problemas. Para sostener tal visibilidad hay que estar seguro de controlar el debate. Veremos a qué conduce dicha seguridad. Un debate se controla teniendo claridad de objetivos. Estos objetivos parecen ser nada más que el fortalecimiento de las condiciones de permanencia de la estructura recién instalada. Menos mal que tenemos tiempo para desarrollar nuestro trabajo en la autonomía que nos permite no depender del criterio de los funcionarios de la nueva administración. En artes visuales no hay que poner la carreta delante de los bueyes. Es el concepto de una exposición el que define la gestión. En este sentido, hay modelos de gestión diferenciados. Por ejemplo, un museo no se gestiona, se conduce. Es la estrategia de conducción la que define las estrategias de gestión de los recursos. Pero la política que determina los recursos adquiere sus condiciones de validación en un concepto de conducción general. Igualmente, un centro de arte no se conduce de la misma manera que un museo, puesto que poseen objetivos distintos. Incluso, en un museo, la política de conservación debe contemplar un modelo de gestión específica a la naturaleza del objeto. Igualmente, si se trata de la implementación de una política de archivo. O de una política de fomento de la investigación en historia del arte. Un museo es un lugar privilegiado para la investigación curatorial y el manejo de un acervo. La gestión es un asunto demasiado importante como para dejarla en las manos exclusivas de los gestores. Estos vienen a ser unos facilitadores de la conducción y no los agentes principales del proceso. En Chile, los gestores en artes visuales terminan por determinar la factibilidad de los proyectos porque no trabajan suficientemente en la instalación de sus necesidades conceptuales e historiográficas. Solo operan en el terreno del sentido común de los operadores de marketing. Se doblegan a sus opiniones desinformadas, porque finalmente, todo el mundo se siente con el derecho a hablar de arte y de lo que debe ser su destino institucional. Esta manera se ha convertido en un tipo de censura muy mediada, que funciona a través de financiabilidad de las iniciativas. De este modo, solo es financiable lo que proporciona espectáculo. En artes visuales esta solución de facilidad no hace avanzar las cosas, sino que reproduce las representaciones conservadoras de público a los que se les niega la posibilidad de formación. El arte chileno de las últimas décadas requiere de la alianza con un tipo de gestor que se involucre "pasionalmente" con los desafíos que plantea. ¡Que difícil es encontrar interlocutores en este campo! Pero lo más grave de la "epopeya" de la gestión reside en lo siguiente: en el fomento del desestimiento del rol indicativo del Estado en una política de artes visuales. De tal modo, la gestión se asocia a la empresa de búsqueda literal de recursos en la empresa privada. Generalmente, el gestor entiende que su trabajo consiste en subordinar el arte a los dictados de las representaciones empresariales desinformadas en este terreno. Se necesita, pues, establecer una alianza suplementaria, con sectores artísticamente esclarecidos del empresariado, que entiendan el rol facilitador de la gestión y respeten las necesidades inscriptivas del diagrama implícito en las obras. Y, justamente, para montar una estructura de colaboración entre conceptualizadores de exposiciones, gestores y financiadores, se hace necesario construir un pacto, sobre bases sólidas, en las que debe existir un sentido patrimonial; pero que tiene que ver con la "patrimonialización" de las iniciativas más relevantes del arte chileno contemporáneo. |
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