LOS EJES DE LA CONVENCIÓN (4).
Justo Pastor Mellado.
Agosto 2004

La tematización de la convención de cultura de los días 23, 24 y 25 de agosto no ha hecho más que confirmar lo que ya era de conocimiento subversivo. Es decir, de aquel saber que "se sabe" por debajo de la Versión. LA tematización vendría a ser como su condición manifiesta. Los administradores ministeriales de cultura no requieren, a estas alturas, de doble discurso. Hay algo que los hace actuar en despoblado, con una impunidad discursiva sorprendente, digna del dogmatismo tecnocrático que caracteriza a sectores que llegan tarde a la distribución de la representación política.

Como siempre, cultura se valida como un sector de reparto sustitutivo de bienes simbólicos. Por qué esta "cultura de gobierno" iba a ser distinta de lo que ya la oposición democrática, durante la dictadura, pudo definir: cultura siempre fue un espacio sustitutivo de retaguardia partidaria. Ahora, es patio trasero de una estrategia electoral en la fase terminal de un gobierno. Lamentable. Del mismo modo, fue carro de arrastre en un ministerio de educación, en el que domina una ideología punitiva respecto de arte y cultura. Al arte es preciso subordinarlo a imperativos de desarrollo y la cultura es sinónimo de "cultura popular" a lo Quinchamalí, en una perspectiva de autenticidad católica rural que apela a la bondad intrínseca de los pobres. De ahí viene su trasposición urbana hacia la experiencia de los cabildos Culturales. Especie de "maoísmo" socialcristiano que reproduce las viejas banderaas de la Promoción Popular.

¿Por qué se iba a pensar que cultura lo iba a hacer de otra manera? Sus administradores están sobredeterminados por el inconciente estatal que habla en ellos. El temario de la convención expresa esta situación de base, enfatizando el valor del patrimonio: formación e investigación. Pero se omite la perspectiva de clases. Restauración de iglesias contra ruinas de la conciencia obrera. Recuperación simbólica de la oligarquía y sepultación de los restos de clases subordinadas cuya memoria perturba las reconstrucciones del presente.

Si cultura Es el vagón de arrastre del tren de la política, en la administración ministerial de cultura, el arte ocupa el lugar del menor en situación irregular. Los especialistas en convenciones saben hacerse portadores de las metáforas: termodinámica y delimitación social de la vulnerabilidad. Es así como el arte Es trabajado como un espacio vulnerable que depende, ya sea de l industria del espectáculo (teatro, música, danza), ya sea de la artesanía del montaje exhibitivo (artes visuales). El arte abandonarí las condiciones de vulnerabilidad en la medida que se acople a la industria. Inversamente, mantendrá sus condiciones de vulnerabilidad en tanto se reproduzcan las condiciones de fragilidad de los lugares de exhibición. En esta política, habrá un paliativo: se creará un fondo para . creación. Pero nunca suficiente, ya que debe ser un fondo siempre amenazado. Es preciso que el arte entienda que el desarrollo social está primero y que los fondos de creación deben ser objeto de culpabilización adecuada. De este modo, el arte, y sobre todo, las artes visuales, en el aparato de cultura, son las más averiadas.

En la tematización de las mesas de la convención, el arte ha quedado consecuentemente relegado a ser discutido en sus aspectos formativos y difusivos. ¡Difusivos! ¡Entiéndanme! Casi a nivel de la "extensión cultural". Lo que los administradores deben saber que no hay "difusión", sino CONSTRUCCIÓN DE PÚBLICOS, PROCESOS DE INSCRIPCIÓN DE OBRA, CIRCULACION DEL DISCURSO DE POSTERIDAD DE LAS OBRAS.

Peor aún: ni la "formación" ni la "difusión" (internacional) de las artes visuales depende directamente del consejo nacional de cultura. La Formación está a cargo de las universidades, mientras que la Difusión internacional está a cargo de la DIRAC (otro ministerio). No hay experiencia, en esta adminstración, ni orgánica ni conceptual, para abordar estos problemas. ¿Serán relatados por quién? ¿Habrá habido tiempo para recolectar un mínimo de datos?

A esto se agrava el hecho de incluir en un mismo saco la formación de artistas y la formación de gestores culturales. Esto no solo señala la evidencia de que los administradores ministeriales mezclan peras con manzanas, sino que identifican su "problema" como perteneciente al ámbito de la formación educativa del artista. Es dable pensar que el consejo nacional está diciéndole al sistema universitario que no está formando el perfil de artista que el consejo nacional requiere -que el país "supuestamente" necesita-, en el cauce de su ensoñación orgánica.

Esta sería la razón de privilegiar la formación, junto a la de aquellos que se supone deben poner orden en la formulación de los proyectos. O sea, hay que discutir la formación de quienes deben reproducir las condiciones de vulnerabilidad del arte. En esta situación hay que estudiar de qué modo los gestores deben cargarse a los artistas. Preferentemente, artistas visuales, porque sus producciones no tienen el rendimiento de las artes de la representación.

¿A qué han apostado los programadores de la obstrucción discursiva? A privilegiar el debate sobre patrimonio y sobre industrias culturales. La configuración de audiencias tiene que ver con este punto. En artes visuales preferimos hablar de "construcción de públicos cooperantes". Las audiencias apelan a "consumo masivo"; los públicos se construyen desde la especificidad de las obras. Difundir no es el punto, sino habilitar condiciones de lectura.

Pero sigamos. Ya lo he planteado: la inflación patrimonialista -hay dos mesas: formación en patrimonio e investigación en patrimonio-, reproduce las "políticas universalizantes" de grupos decisores que dependen simbólicamente de la permisividad de la oligarquía. La "imagen país" corresponde, siempre, la imagen de la clase que domina. En este sentido, cultura, como espacio de administración ministerial ha terminado pidiendo permiso, como vagón de arrastre, para hacer sentir su voz en el salón de primera clase. Es preciso demostrar a los señores del salón que la preocupación patrimonial les restituye la "unidad de clase" perdida; que les devuelve la ficción reconstructora que cubre con su "tupido velo" una historia de quiebres y desconstituciones. Justamente, el arte chileno contemporáneo se ha adelantado a la política y ha instalado el diagrama de dichos quiebres. No debe sorprender que para satisfacer el patrimonialismo reparatorio de la oligarquía, el debate sobre EL ESTADO DEL ARTE, deba ser obstruido mediante la des-especificación que han propuesto los administradores de la tematización de la convención.

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